Con Amoniaco, Carlos Augusto Casas firma una de las novelas negras más inquietantes y originales del año. Protagonizada por Isabel, una asistenta doméstica que pasa de la sumisión cotidiana al crimen en serie, la historia se despliega como una crítica social afilada, revestida de sobriedad y violencia emocional.
Casas, periodista y
escritor, no es ajeno al reconocimiento: en 2024 fue galardonado con el Premio
de Novela Cartagena Negra por La ley del padre, y su obra anterior, Ya no
quedan junglas adonde regresar, está a punto de estrenarse como película. En
esta conversación, hablamos con él sobre Amoniaco, su proceso creativo y su
lugar dentro del género negro contemporáneo.
La realidad es una novela negra, lo que pasa es que preferimos no verlo, no leerla, porque sabemos que no nos va a gustar el final
Isabel es un
personaje atípico dentro del género negro. ¿Cómo nació la idea de construir una
asesina en serie desde una figura tan cotidiana como una asistenta doméstica?
Siempre he pensado que el género negro está muy presente en
nuestro entorno cotidiano: en el trabajo, en la familia o en la calle. La
realidad es una novela negra, lo que pasa es que preferimos no verlo, no
leerla, porque sabemos que no nos va a gustar el final. Sinceramente no sé cómo
nació Isabel, supongo que surgió de un cúmulo de vivencias, de observaciones y
de imaginación; como todos los personajes.
La novela pone el
foco en una violencia que no parte del crimen organizado ni del detective, sino
de una mujer invisible que estalla. ¿Querías hacer una crítica social o
simplemente contar una buena historia?
Ambas. No me vale hacer crítica social si no cuento una
buena historia. No me gusta escribir panfletos (bastantes escribí ya en mi
época de periodista). La crítica social me surge de forma natural a la hora de
abordar una novela, no es algo predeterminado o que me imponga. La crítica
social es consustancial a este género.
El título, Amoniaco,
es tan llamativo como simbólico. ¿Qué representa para ti este elemento dentro
de la historia y en relación con Isabel?
Me cuesta mucho decidir los títulos de mis novelas y
Amoniaco me gustó desde el principio porque es una palabra potente, sonora, casi amenazadora, a la vez que cotidiana.
Igual que Isabel, la protagonista. La inmensa mayoría tenemos una botella de
amoniaco en casa a pesar de ser una sustancia muy peligrosa. Esa dualidad entre
lo común y lo mortal me atrajo.
Me obsesiona que mis novelas tengan ritmo y es algo que trabajo mucho
¿Qué importancia
tiene el entorno doméstico y clasista en la evolución de Isabel? ¿Crees que el
espacio en que se mueve el personaje actúa como un personaje más?
No creo que se trate de un personaje más pero sí que es una
parte importante para que el lector entienda la evolución de Isabel. No la
única, ya que su entorno familiar y afectivo también empujan a la protagonista
para que salte al vacío. Pero quería introducir al lector en esas casas, no de
clase alta, simplemente de gente que se puede permitir tener una asistenta y
mostrarles su día a día. Estoy convencido de que muchos se habrán sentido
identificados aunque no se lo reconozcan a sí mismos.
La estructura de la
novela es lineal, pero se percibe una tensión muy bien medida. ¿Cómo trabajaste
el ritmo narrativo para sostener el interés sin recurrir a giros efectistas?
Me obsesiona que mis novelas tengan ritmo y es algo que
trabajo mucho. Tanto a nivel de estructura como de utilización del lenguaje o
de la construcción semántica y sintáctica. En Amoniaco utilizo por primera vez
la primera persona y me he sentido muy a gusto dentro de la cabeza de Isabel. Creo
que el flujo de sus pensamientos, enloquecidos y lógicos, como los de todos,
también han contribuido a que el libro tenga tanto ritmo.
La novela sugiere que
hay un tipo de violencia latente en las estructuras sociales más comunes.
¿Dónde está, para ti, la línea entre justicia y venganza en esta historia?
La venganza es la única justicia real a la que pueden acudir
los pobres; aunque solo sea fantaseando con ella. Todos nos hemos imaginado a
nosotros mismos haciendo cosas horribles a la gente que nos hace daño, que nos
humilla, que nos desprecia... Amoniaco nace de ahí, de todos esos ensueños de
venganza que albergamos dentro.
El género negro tiene que mostrar las zonas oscuras tanto de la sociedad como del alma, para lograr que el lector reflexione
El lector asiste a la
transformación de Isabel desde la intimidad de sus pensamientos. ¿Cómo fue el
desafío de escribir desde esa subjetividad sin justificar sus actos, pero
tampoco condenarlos?
Siempre soy imparcial con mis personajes. Los quiero y los
entiendo a todos, hagan lo que hagan. Condenar sus acciones me colocaría en un
pedestal moral que no me corresponde por mi forma de entender la literatura. El
género negro tiene que mostrar las zonas oscuras tanto de la sociedad como del
alma, para lograr que el lector reflexione. No moralizar. Hacerlo sería tratar
al público como idiota contándole historias de buenos y malos. La realidad no
funciona así. Las historias de buenos y malos se las dejo a los cuentos
infantiles y a los telediarios.
El estilo de Amoniaco
es sobrio, directo, incluso seco en ocasiones, lo cual potencia la crudeza de
lo narrado. ¿Fue una elección deliberada desde el inicio o fue algo que surgió
junto al personaje?
Es mi estilo. Y cuento historias que se ajusten a él. Aunque
no estoy muy de acuerdo en cuanto a lo de que es seco. Utilizo muchas figuras
retóricas que comparte la poesía como las metáforas, las hipérboles o las
personificaciones, desde el punto de vista léxico-semántico; o también fónicos
como la aliteración o la onomatopeya.
En un momento en que
la ficción tiende a edulcorar o redimir incluso a sus personajes más oscuros,
tú presentas a Isabel con una crudeza sin concesiones. ¿Sentiste la necesidad
de protegerla en algún momento como autor de su historia, o fuiste más bien un
testigo frío de sus decisiones?
Isabel es lo suficientemente fuerte como para no necesitar
que nadie la proteja, incluido el autor. Si lo hubiera hecho, si hubiera
suavizado algo no estaríamos hablando de novela negra si no de otra cosa.
¿Cómo fue el proceso
de escritura de Amoniaco? ¿Fue una historia que llevabas tiempo gestando o
surgió de manera más espontánea?
Surgió de forma natural nada más terminar mi anterior
novela, Leones en invierno. No
entiendo muy bien cómo funciona mi cabeza, algo que sospecho que debería
agradecer. Mucho de lo que aparece en la novela llevaba tiempo bullendo dentro
de mí. Hasta que llega el momento en el que la historia se completa en tu mente
y solo queda escribirla.
¿Tienes una rutina de
escritura definida o trabajas de forma más libre y por impulsos?
Escribo cuando puedo, soy padre de mellizos de diez años y
mi rutina es sentarme delante del ordenador cuando ellos me dejan. Sea la hora
que sea.
¿Cómo trabajas la voz
de los personajes? Isabel tiene una fuerza interna que atraviesa cada página,
¿cómo logras mantener esa coherencia emocional en su evolución?
Cultivo mucho los personajes antes de ponerme a escribir.
Imagino todo lo que hacen en su día a día, pero además ahondo en su pasado, en sus
fracasos, en sus anhelos, sueños o decepciones. Me hago amigo de ellos.
El proceso de escritura se asemeja a un exorcismo, tengo que sacarme el demonio de la novela que llevo dentro
¿Eres de los que
planifican la novela antes de escribir o prefieres descubrirla a medida que
avanzas?
No puedo escribir ni una línea si no tengo toda la novela en
la cabeza. Necesito saber hacia dónde voy. No tomo notas, ni me hago esquemas,
lo tengo todo en la mente. Por eso, en mi caso, escribir una novela se
convierte en una obsesión. No pienso en otra cosa hasta que la termino. El
proceso de escritura se asemeja a un exorcismo, tengo que sacarme el demonio de
la novela que llevo dentro. El problema es que cuando se va, cuando la he
acabado, la sensación de vacío es mucho peor. Y, entonces, necesito encontrar
de nuevo una historia que contar.
Tu obra tiene una
carga crítica fuerte, pero siempre desde la ficción. ¿Crees que la novela negra
sigue siendo un buen espacio para reflexionar sobre la realidad social?
El mejor. Y me atrevería a decir que tal vez sea el único.
La base de la novela negra es la crítica, bien sea a la sociedad, al ser
humano, al momento histórico o a la moral imperante. La novela negra debe
sacudir al lector, provocar algo en su interior, lo que sea: indignación,
enfado, placer, disfrute... Una novela negra fallida es la que produce
indiferencia.
¿Qué autores o
autoras sientes que te han influido más en tu manera de narrar? ¿Y cuáles lees
ahora con especial interés?
George V. Higgins, James Ellroy y Julián Ibáñez. Sin estos
tres nunca habría escrito nada. Y ahora leo a Jordan Harper, su segunda novela
traducida Silencios que matan me
parece una verdadera maravilla.
En un panorama donde
el género negro parece saturado, ¿qué crees que debe aportar una novela para
ser relevante hoy?
En todo caso, esta saturación sería de thrillers ya que novelas negras se publican pocas.
Y, si te soy sincero, no tengo ni idea de lo que debe
aportar una novela negra para ser relevante. Tal ver autenticidad e
imaginación.
El año pasado ganaste
el Premio Cartagena Negra por La ley del
padre. ¿Qué ha significado ese reconocimiento para ti, tanto a nivel
personal como dentro del panorama del género en España? ¿Crees que ha cambiado
tu relación con los lectores o tu forma de afrontar nuevos proyectos?
Fue muy importante para mí ganar el Premio Cartagena Negra.
Si había un premio que soñara con ganar era este. Y ya lo tengo en casa. Me
hizo muy feliz y fue el final perfecto a unas jornadas que siempre recordaré
con cariño por lo bien que me lo pasé junto a mis compañeros: Marto Pariente,
Carlos Salem, Jesús Boluda y Claudio Cerdán; al igual que con todos los
miembros de la organización que ya son parte de mi familia como Antonio Parra o
Paco Marín, por citar solo a dos.
En cuanto a la segunda pregunta: no, el premio no me ha
cambiado nada. ¿Para qué? Si la cosa parece que va bien tal como está.
Se avecina el estreno
de la película basada en tu novela Ya no
quedan junglas adonde regresar, con la que también obtuviste varios premios.
¿Cómo ha sido ver tu obra trasladada al lenguaje cinematográfico? ¿Te reconoces
en la adaptación o ha sido una nueva lectura de tu historia?
Para que te hagas una idea, me costó mucho trabajo no
ponerme a llorar cuando vi la película junto a Álvaro Ariza, su productor. Y no
lo hice porque estaba con él. Es muy difícil describir lo que sientes cuando
ves a Ron Perlman, Hovik Keuchkerian o Megan Montaner decir en pantalla frases
que tú has escrito.
Si al final es cierto eso que dicen de que cuando mueres ves la película de tu vida ante
tus ojos, ese momento se va a llevar unos cuantos fotogramas. En cuanto a la
adaptación, sí me reconozco en la historia aunque haya partes que cambien. Es
algo lógico ya que el lenguaje literario y el visual no tienen nada que ver. En
líneas generales estoy muy satisfecho.
¿Qué te interesa
explorar en tus próximos proyectos? ¿Seguirás dentro del género o te planteas
otras formas narrativas?
Seguiré de negro, como Johnny
Cash.
10 preguntas exprés a
Carlos Augusto Casas
Un personaje
literario que te habría gustado crear:
El Parker de Richard Stark, pseudónimo de Donald Westlake.
Un libro que siempre
recomiendas:
Últimamente Huntington
beach, de Kem Nunn, pero también Jazz
Blanco de James Ellroy; Gatas
salvajes, de Julián Ibáñez; o Prótesis,
de Andreu Martín.
Una película que te
ha influido como escritor:
Grupo Salvaje.
Una ciudad perfecta
para ambientar una novela negra:
Madrid.
Tu hora favorita para
escribir:
Cualquiera en la que mis hijos no me molesten.
¿Escribes a mano,
ordenador o dictado?:
Ordenador.
Un placer culpable
literario:
Matar sin consecuencias.
Una manía al
escribir:
No puedo dejar de escribir en el capítulo 13. Tengo que
llegar al 14 sea la hora que sea.
Un autor o autora
actual al que sigues con admiración:
James Ellroy y acabo de descubrir a Jordan Harper.
¿Isabel volverá?
No lo creo. Mejor que no te la encuentres por ahí.
Carlos Augusto Casas
no escribe para tranquilizar. En Amoniaco ha creado un personaje que desborda
los márgenes del género, una historia que golpea en lo más cotidiano y un
estilo que se niega a disfrazar la verdad. Isabel, con su rabia contenida y su
voluntad de dejar de ser invisible, se queda con nosotros mucho después de
cerrar el libro.
Agradecemos
profundamente al autor por su tiempo y por ofrecernos una ventana a su universo
narrativo, que no deja de expandirse: del papel al cine, de la denuncia social
a la introspección criminal.
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