Entrevista a Eduardo Fernán-López, autor de El balanceo del Alacrán

 Tras la sorprendente acogida de su anterior novela con la que que logró conquistar a lectores y crítica hasta llegar a ser nominada a varios certámenes literarios,  Eduardo Fernán-López da un paso adelante con El balanceo del Alacrán. Una obra más ambiciosa, profundamente ligada al mar y a la memoria colectiva gallega, que consolida su voz dentro del panorama de la novela negra española.

Quedamos -esta vez virtualmente- en la taberna A mina para que nos cuente acerca de la tragedia que inspira el relato, del peso emocional de Vigo, de la construcción de los personajes, de los guiños literarios escondidos en sus páginas y de la identidad que atraviesa su trabajo. 

Por primera vez fui consciente del peso de la tragedia en un gremio que, por desgracia al menos en Galicia, está bastante acostumbrada a ella.

El naufragio que inspira la novela marcó profundamente a Galicia. ¿Qué hizo que aquella tragedia se convirtiera para ti en el motor de una historia de ficción?

Supongo que a todos los que somos de interior cuando nos vamos a vivir a la costa nos llama mucho la atención todo lo que tiene que ver con el mar. En mi caso me decanto por los puertos y las vidas marineras más que por las playas, por eso cuando ocurrió el hundimiento del Villa de Pitanxo en febrero de 2022 me llamó la atención todo lo que vino después. Sobre todo, los silencios que aparecieron de manera inmediata en los bulliciosos puertos de Vigo y alrededores, también las caras largas de toda la gente que trabajaba en ellos. Creo que por primera vez fui consciente del peso de la tragedia en un gremio que, por desgracia al menos en Galicia, está bastante acostumbrada a ella. Evidentemente había muchas cosas que no entendía de ese mundo y, como buen historiador para intentar comprenderlas, me fui a las fuentes y les pregunté directamente a marineros, gente que trabajaba en astilleros o armadoras, y de ese modo comencé a cubrir esos huecos de ignorancia que tenía. Mientras hablaba con todo ellos me percaté de que muchas de las historias que contaban tenían una serie de denuncias sociales y laborales que desembocan siempre en lo mismo. Contar la historia de la tragedia que envuelve a diario a todos esos hombres, e intentar dar una explicación plausible a lo que pudo ocurrir en un hundimiento tan dramático como el real, fue el germen de esta historia.


¿Cómo fue manejar el equilibrio entre respetar el suceso real y permitir que la ficción respirara con libertad propia?

Fue complicado y decidí marcar el límite desde el principio. De hecho, siempre digo que si alguien está buscando una novela sobre el caso real del Pitanxo esta novela no lo es, ni pretende serlo. Lo que sí es, y así lo especifico en una nota inicial, es un homenaje a todas las personas que han perdido la vida en los numerosos hundimientos que han sacudido la costa gallega a lo largo del último siglo. El libro comienza con un corto capítulo en el que se da la noticia (por radio, que es como la escuché yo el caso real por primera vez) del naufragio de Alacrán en aguas de Terranova, y en la que se explica que no se conoce el número de fallecidos, ni si hay supervivientes. Me pareció un arranque bestial, porque ofrecía una mínima información, pero te dejaba un mundo entero para la especulación. Esta es la parte en la que utilizo la historia real para comenzar y situar al lector, a partir de ahí nos vamos siete meses después, cuando comienza el juicio para aclarar lo acaecido los minutos antes del naufragio a bordo del Alacrán, y todo es ficción. Evidentemente en la trama hay una clara denuncia social, marcado las penalidades que sufren los pescadores cada vez que salen a faenar, y lo que les ocurre a diario, pero no es más que una recreación de las historias de pesca que me contaron decenas de personas cuando comencé a documentar la novela.


Decidí no hablar con nadie que tuviese que ver con el naufragio real, a pesar de tenerlos relativamente cerca

  ¿Hubo algún detalle de la realidad que decidieras no incluir por respeto o porque podía condicionar demasiado la historia?

Sí, de hecho, decidí no hablar con nadie que tuviese que ver con el naufragio real, a pesar de tenerlos relativamente cerca, porque no quería que nada de lo que pasó de verdad entrase en la ficción y me obligase a ir por otro derrotero del que tenía marcado. Además, es un caso judicializado (esperemos que al inicio del año 2026 se celebre por fin el juicio), por lo que no me parecía correcto ni ético meterme en eso. Es un tema muy visceral, muy próximo y puede ser muy doloroso. Por suerte la trama, utilizando los puntos de vista de otros profesionales y la historia del mar de tantos marineros que han trabajado en buques similares, y que más de un susto se han llevado en esas aguas, ha servido para cargar de realismo la parte del hundimiento sin que el caso real condicionase la trama. Después, cuando salió la novela y comenzaron las presentaciones por la zona de la Península del Morrazo, las localidades dónde residen las familiares de las víctimas y del marinero superviviente que fue el que se atrevió a contar la verdad a pesar de las amenazas del capitán y de la armadora, sí que he podido reunirme con algunas de las mujeres que forman el grupo de denunciantes para saber la verdad de lo que les ocurrió a sus familiares. Me han dado las gracias por hacer visible los problemas que sufren los marineros, y por haber puesto sobre la mesa, con tanto cariño y delicadeza, la petición de justicia que ellas llevan reclamando desde hace años.



 ¿En qué momento sentiste que ya no estabas escribiendo “sobre un hecho”, sino sobre las personas que lo rodean?

Creo que fui consciente de ellos desde el inicio, o casi. En cuanto me planteé en los apuntes previos a la escritura que el peso fundamental de la trama no solo iba a estar en manos de los policías, sino en el pasado de Raúl Barros, dueño de la casa armadora del Alacrán, y de todo lo que rodeaba al capitán Pazos y al marinero, los dos únicos supervivientes del naufragio, me di cuenta que no tenía entre las manos solo una novela procedimental, sino que iba mucho más allá. Creo que eso la hace más atrayente, sobre todo la parte narrada en primera persona que tanta importancia tiene en el desenlace de la historia, y de la que no puedo contar mucho más para no desbaratar la lectura de la obra.


 La novela mezcla investigación policial, drama humano y crítica social. ¿Qué parte te resultó más difícil de encajar en el rompecabezas?

Todas tienen su aquél. La investigación policial la llevaba más trillada desde la anterior, además tengo la suerte de contar con profesionales a los que preguntar. Por su parte la crítica social fue creciendo sola, quiero decir que según iba hablando con las personas relacionadas con el mundo marinero fui haciéndome una idea de lo que se escondía detrás de cada una de esas narraciones, por lo que a la hora de redactarlas e incluirlas en la trama solo tuve que darles una pátina literaria para que resultasen creíbles. Sin duda fue el drama humano el que más me costó llevar al papel, sobre todo porque a medida que iba avanzando en la escritura iban saliendo a la luz informaciones del caso real que dejaban algunos de los detalles que yo había imaginado en un juego de niños. A pesar de ello evité incluirlos, porque no me parecía adecuado y en cierto modo tenía miedo de que ser demasiado realista, con según qué temas, sacase al lector de la historia. Pues eso me hubiese obligado a tirar nuevas líneas de investigación, o crear demasiados personajes, que podrían hacer que la trama principal, y por tanto la parte del drama humano que quería destacar, se diluyera y perdiese sentido.

 Cuando tenía la trama en la cabeza paseaba por toda la ciudad buscando los lugares donde quería colocar a mis personajes

La estructura es ágil, con capítulos cortos y varias perspectivas. ¿La concebiste así desde el principio o surgió durante la escritura?

Tenía bastante claro que quería contarla así. En La dentellada, mi primera novela, ya utilizaba ese recurso de capítulo corto y con una estructura rápida, pues cada uno de los capítulos aparecía marcado con una entradilla, tal vez una herramienta más usada en el ámbito audiovisual pero que funciona bien, en el que se marca al lector el lugar y la hora en la que se encuentra. Esto me ayuda a evitar gastar párrafos en explicar la ambientación, pues, por ejemplo, cuando el policía está en la taberna A mina no me hace falta explicar cómo suena o huele una taberna, todos tenemos una en la cabeza. Es una manera de interactuar con el lector y meterlo en la historia. En cuanto al uso de diferentes perspectivas es algo que hago en El balanceo del Alacrán por primera vez y me he divertido mucho, además creo que el lector agradece cambiar de punto de vista en casi cada capítulo, es bastante liberador.

A la hora de escribir esta novela me he tomado muy a pecho dos consejos dados por dos autores gallegos a los que admiro. Por un lado, Manuel Rivas me dijo que para escribir hay que leer mucho y caminar más, y eso hice. Cuando tenía la trama en la cabeza paseaba por toda la ciudad buscando los lugares donde quería colocar a mis personajes, después escribir con la escena en tu cabeza es mucho más sencillo. Y cuando el relato está terminado y toca la reescritura, esos paseos por lugares conocidos hacen que seas capaz de pulir mejor cada párrafo, cada diálogo y elimines lo que sobra con mayor libertad. El otro consejo me lo dio Domingo Villar, en este caso me dijo que debía enfrentarme a la novela como si fuesen un conjunto de relatos, pues cada uno de los capítulos deberían funcionar de manera independiente como un cuento: con una presentación, un nudo y un desenlace, pero que este, a diferencia de los relatos que tienen que cerrar, debería quedar abierto invitando al lector a querer saber lo que ocurre en el siguiente.


 Vigo aparece en la novela con mucha fuerza, pero sin caer en el exceso. ¿Cómo encontraste ese punto justo entre presencia y sobriedad?

Al final siempre digo que el lugar donde transcurre una trama de una de estas novelas tiene que estar presente. En cierto modo es inevitable, pues estás moviendo a tus personajes por calles reales, por bares reconocibles, por lugares que muchos lectores van a sentir como propios, por lo que ocultarlo sería una estupidez. Además, nada le da más credibilidad a un escenario de novela que el que sea real. El problema aparece cuando de tanto hablar de él se transforma en un simple decorado de cartón piedra que de nuevo hace que no sea creíble. El punto justo creo que está en que aparezca presente, en los lugares por donde transitan los personajes, en contar alguna anécdota que ilustre la idiosincrasia de la ciudad, o en meter la climatología y la atmósfera de cada uno de los barrios según avanzan los capítulos, pero que esto no sea algo impostado. Sobre todo, que no frene la narración, que no aparezca como un pegote en mitad del texto que te haga preguntarte si era necesaria que esa frase, o que ese párrafo estuviese allí, justo en ese momento en el que se está contando algo importante de la trama. Supongo que la manera de conseguirlo es con la reescritura. Yo suelo hacer dos o tres borradores del libro antes de que alguien lo lea, y hasta que no dejan de chirriarme esas cosas no sigo adelante. Se convierte en una cierta obsesión más.


 Hay también un guiño a Zamora, tu ciudad de origen. ¿Cómo surgió la idea de incluir ese pequeño anclaje personal dentro de una historia tan marcada por Galicia y el mar?

Ese guiño a Zamora apareció al final. Yo suelo trabajar bastante las tramas antes de lanzarme a escribir, pero no están cerradas ni mucho menos. Por eso, como en este caso, cuando una de las líneas argumentales comienza a irse por otro camino del que inicialmente tengo preestablecido la dejo ir hasta ver qué puede ofrecerme. En el caso del que hablamos me obligó a reescribir parte de esa historia que se narra en primera persona, porque creía que así se volvía más creíble y próxima al lector, y me tocó buscar un lugar fuera de Vigo para continuarla, pero tampoco podía ser un sitio muy lejano. Entonces decidí que nada mejor que mi lugar de origen para ello, por su proximidad relativa y porque de paso hacía un homenaje a mi anterior novela.


 Tristán Negreira y Virginia Almada tienen una química muy natural. ¿Cómo nacieron estos personajes?

Originalmente estaban ambos, pero Negreira era el protagonista por excelencia y Almada era su mano derecha, una ayudante que estaba ahí pero poco más. Sin embargo, según fui redactando ya el primer borrador ella fue tomando peso y ganando en carácter. Su forma de ser, echada para adelante ante cualquier situación, me hizo tirar de ella en los enfrentamientos cara a cara contra los sospechosos y al final, en la reescritura, su peso cambió por completo. Negreira seguía siendo el inspector, el que llevaba el peso de la investigación, pero mostrando un carácter mucho más hacia dentro, incapaz de hacer ciertas cosas. Él es ese gallego que lleva la morriña encima, y Almada se convirtió en su contrapeso, heredando esa fuerza innata de las mujeres gallegas que tenían que tirar de la casa y la familia cuando sus maridos las dejaban solas durante meses para salir a faenar o para buscarse la vida en la emigración. Son una especie de dos caras de la misma moneda, que al mismo tiempo representan los dos caracteres fundamentales de los gallegos. Por eso se compaginan tan bien, porque a donde no llega uno lo hace el otro, y lo mismo ocurre cuando uno de los dos se pasa de frenada. Ahora mismo no me imagino la novela sin esa Almada potente, disputándole el protagonismo a Negreira. Creo que funcionan como un pack indisoluble.

 La relación de los policías con el horror de un asesinato tan salvaje no deja de ser algo más de su característica social

¿Crees que la ironía —tan gallega— es parte esencial de su forma de relacionarse con el horror que investigan?

Sin duda, todos los personajes la usan porque es parte de su día a día (o del mío), pero sobre todo se aprecia en la figura de la subinspectora Virginia Almada que utiliza la retranca y los dobles significados con maestría. En la tradición gallega hay una relación bastante cercana con la muerte y con todo lo que esto significa: espíritus, Santa Compaña, Samaín o noche de muertos, que es más una celebración familiar que una fecha donde llorar a los que no están. Por eso la relación de los policías con el horror de un asesinato tan salvaje no deja de ser algo más de su característica social. Por otro lado, esta ironía y el sarcasmo está presente porque es una manera más de enfrentarse, o de intentar ponerse una máscara para poder hacerlo, a una serie de problemas profesionales y personales que todos los principales protagonistas del libro tienen por delante a lo largo de la trama. Un escudo que les ayuda a superar el día a día.


 En la novela aparece un guiño muy especial a Domingo Villar y a su personaje Leo Caldas, como un pequeño cameo literario. ¿Cómo surgió esa idea y qué significaba para ti incluirlos?

Sí, hacen una mínima aparición pero que es muy especial, tanto para mí como para la mayor parte de lectores que me los están comentando. Domingo pasó de ser un escritor al que leía, al que admiraba, para convertirse en un amigo. En una persona que te aconsejaba. Su temprana muerte nos arrebató muchas cosas, como conversaciones y algunos planes que teníamos cerrados. Por eso cuando me puse a escribir mi primera novela viguesa me planteé buscarle una escena para que Negreira y Almada pudieran cruzarse con Caldas y el propio Villar. Me pareció un bonito homenaje al autor que, además, puso a Vigo en el mapa literario de la novela negra.


 Quería mostrar una denuncia clara, enfocada al tipo de vida que llevan los marineros que salen a jugarse la vida en lugares lejanos

Sin cargar las tintas, la novela apunta a responsabilidades, silencios y desigualdades. ¿Qué tipo de “denuncia” querías que se filtrara entre líneas?

Desde luego lo que he intentado desde el primer momento es evitar la moralina, expresando de manera clara quienes son los buenos y los malos. Me he dedicado a exponer una serie de hechos, a ofrecer una serie de datos encadenados, para que el lector sepa leer entre líneas. Se ofrecen diferentes puntos de vista, diferentes maneras de contemplar la tragedia y de beneficiarse de ella, y será el lector el que tenga que completar la línea de puntos. No creo que el autor deba influenciar en ello, cada quién es capaz de ver lo que hay y tomar partido por unos o por otros. Personalmente sí que quería mostrar una denuncia clara, enfocada al tipo de vida que llevan los marineros que salen a jugarse la vida en lugares lejanos para que nosotros tengamos pescado en el mercado, y cuyas reclamaciones son ignoradas por la sociedad, y por sus jefes, hasta que ocurre una desgracia que no se puede ocultar. Por otro lado, centro también la atención en el entramado empresarial de la casa armadora, descabezada tras el asesinato de su presidente, dejando a la luz todas las bajezas morales que el ser humano es capaz de llevar a cabo cuando hay en juego un buen trozo de pastel en forma de poder o de dinero.


 ¿Te preocupa que algunos lectores se queden solo con la parte policiaca y pasen por alto la dimensión social de la historia?

Supongo que esa es una preocupación que tenemos todos los que contamos historias con un marcado carácter social. Al final son los lectores los que mandan, y si un gran grupo de ellos hablase solo de la novela como una trama procedimental tendría que pensar que algo he hecho mal para que esa sea su apreciación. Por suerte todas las críticas y reseñas que están llegando, además de buenas, hacen mucho hincapié en la parte de denuncia social y en la carga psicológica de los personajes. Eso me pone muy feliz porque significa que, en cierto modo, he hecho bien el trabajo que me propuse. Además, creo que este tipo de novelas con diferentes tramas, con peso social, con denuncia de una situación que está ahí, pero nadie quiere poner sobre la mesa, hace que la novela negra o la policial haya dejado de ser ese género menor que era antes. Ahora nadie las ve como unos libros para leer en la playa o en la piscina, sin sustrato, que se podían liquidar sin poner atención, porque son tan interesantes, con tantos valores y tan completos que no tienen nada que envidiar a ningún otro género de los anteriormente denominados (injustamente y con bastantes prejuicios) mayores.


 ¿Crees que la novela negra tiene una obligación implícita de mirar a la realidad y no solo entretener?

Para mí la novela negra tiene que tener una fuerte carga social. Debe hacernos comprender ciertas partes de nuestra sociedad que están en claroscuros porque hay intereses poderosos en que estén ahí. Si no hay una denuncia implícita, y en ocasiones explícita, no es novela negra. Es otra cosa. Tiene que entretener por supuesto, sino sería un panfleto, pero también tiene que ayudarnos a quitarnos la venda y a pensar en ciertas cosas de un modo en el que por lo general no lo hacemos.


 Tu anterior novela fue un éxito inesperado y funcionó sin el respaldo inicial de una editorial grande. ¿En qué cambió eso tu forma de escribir?

Lo cierto es que sigo sorprendiéndome de la acogida y el cariño, y por ende el recorrido, que tuvo La dentellada. En un primer momento la escribí como válvula de escape mientras hacía mi tesis doctoral. No pensé que se llegase a publicar, ni que la leyeran más personas que mi grupo más próximo de familia y amigos y, sin embargo, ahí están todas las alegrías que me ha dado. El éxito de la novela me ayudó a mejorar y evolucionar en mi escritura, pues me llevó a recorrer muchos festivales y ferias donde conocí a compañeros y compañeras que me dieron trucos y me recomendaron ciertas lecturas. También conocí a autores y autoras que escriben de maravilla, y leerlos siempre te influye. Sin embargo, en la escritura de esta historia seguí los mismos pasos que en La dentellada, mejorando la redacción y la complejidad de las tramas claro, pues cuando estaba trabajando en ella tampoco tenía ningún contrato editorial sobre la mesa, eso vino después. Por lo que escribí sin ningún tipo de presión, bastante libre y jugando mucho con los personajes, con las escenas, con las maneras de narrar. Fue divertido y creo, así me lo han dicho bastantes personas, que se nota un salto importante en cuanto a la calidad del texto de la anterior a esta.


 ¿Ha sido El balanceo del Alacrán la novela que siempre quisiste escribir o es el puente hacia otra que ya ronda tu cabeza?

El balanceo del Alacrán ha sido la novela que quise escribir en el momento que me asaltó la idea inicial, a partir de ese instante ya no pude pensar en otra cosa. La realidad es que la novela que siempre he querido escribir está ahí, sobre la mesa de trabajo. Necesito mucha documentación para ella, pues es una historia basada en un personaje real, zamorano como yo, que sufrió un montón de vaivenes en su vida. Me quedan bastantes viajes para conocer todos los lugares reales en dónde recaló y seguir documentando su época, pero cada vez está más cerca. Espero que a la hora de ponerme con ella no se me desvanezca delante de los ojos, como suelen pasar con las cosas que tanto te obsesionan cuando aún tienen forma de proyecto, pero que al convertirse en realidad pierden significado. Por tanto, El balanceo del Alacrán creo que va a ser un puente hacia otras novelas que ya están rondando en mi cabeza y en el papel (al menos la próxima) y que van a permitirme llevar un recorrido disfrutón dentro del género.


 ¿Qué te gustaría explorar en tus próximos proyectos: más mar, más noir, o algo completamente distinto?

Pues en el siguiente proyecto (y ojalá en uno más) vuelvo a Vigo. Habrá más noir, más Galicia y trataré otro tema trágico para toda la zona noroeste de la península, pero que al igual que la tragedia marítima de esta va a poder ser bien comprendido por el resto de los lectores y lectoras de cualquier rincón del país. Algún día me gustaría sumergirme en otros géneros, pero ahora mismo el noir, el policial, o como queramos llamarlo, me ofrece todas las herramientas que necesito para contar lo que tengo pendiente.


 PEQUEÑO TEST FINAL

1. Un olor que defina El balanceo del Alacrán

El salitre.

2. La banda sonora ideal para la novela

                Los Piratas

3. ¿Qué pesa más en la novela?

                Las ganas de explicar una parte poco conocida de nuestra sociedad, y sus trágicas consecuencias.

4. Si Vigo fuese un personaje, sería

                Una anciana sabia, por todo lo vivido.

5. ¿Qué preferirías que sintiera el lector al cerrar el libro?

                Dudas, y un cierto desosiego al ser consciente de que eso que se cuenta ahí no solo es ficción.

Eduardo, muchísimas gracias por esta conversación y por abrirnos las puertas del universo que late en El balanceo del Alacrán. Ha sido un placer sumergirnos contigo en los mares —literarios y emocionales— que sostienen la novela.
Ojalá sigas navegando con esta mezcla tan tuya de verdad, sobriedad y humanidad. Aquí estaremos esperando la próxima travesía.

 

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