Entrevista a Agustín Martínez, autor de El esplendor

Hay libros que siembran certezas y otros que las desmantelan. El Esplendor, la última novela de Agustín Martínez, pertenece con orgullo a los segundos. A medio camino entre el thriller psicológico, la novela moral y la fábula oscura, esta obra incomoda, tensiona y, sobre todo, obliga al lector a mirar donde normalmente apartaría la vista.

Conocido por su labor como guionista, por su papel en el colectivo Carmen Mola y por su capacidad para construir historias densas y con relieve, Agustín Martínez firma aquí una novela de ritmo cambiante, personajes rotos y una atmósfera que se instala como una sombra sobre los hombros del lector.

En El texto sentido conversamos con él sobre la construcción de esta historia compleja, sobre la intención de incomodar, sobre cómo narrar el silencio y también sobre lo que implica escribir a tres voces… o enfrentarse solo a sus propias palabras.

 La idea era contar cómo una persona normal puede convertirse  en un monstruo

¿Qué fue lo primero que surgió en El Esplendor: la imagen de Rebeca catatónica, el misterio de la isla o la figura del anciano sin herederos?

El punto de partida de El Esplendor fue la muerte de un anciano sin herederos y la aparición de Rebeca, una cazaherencias, que tiene que reconstruir la vida y la identidad de Juan Vendrell para quedarse con parte de su dinero. Era una idea a la que llevaba bastante tiempo dándole vueltas, había leído un reportaje sobre estos despachos de abogados que se dedican a perseguir herencias y me parecía que el trabajo tenía un punto detectivesco interesante y que lo alejaba de lo que solemos encontrar en los thrillers.


 La novela transita del realismo urbano al thriller psicológico y desemboca casi en una alegoría moral. ¿Cómo fue trabajar esa transición de tonos?

Me planteé la novela como un viaje, no tanto físico como moral. Quería llevar al lector desde un territorio reconocible, como es ese Madrid donde se mueve al principio la pareja protagonista, hasta otro lugar, que simboliza la isla de Alderney, en el que los personajes se encuentran un pasó más allá de cualquier límite moral.  La idea era contar cómo una persona normal puede convertirse (o estar a punto de convertirse) en un monstruo. La intención, además, era que esa evolución dentro de la novela que, como dices, hace transitar la historia por diferentes tonos, fuera sutil, ir introduciéndola poco a poco a través de los sucesos que viven los personajes, para que el lector viviera como algo verosímil las decisiones que toman y que, poco a poco, los van alejando más y más del punto de partida. De esta forma, creo que al leer la novela uno no se da cuenta de cuándo ha pasado del realismo al thriller psicológico o la fábula moral.


 Al final de la novela citas que la parte de Alderney está basada en hechos reales ¿Cómo diste con estos acontecimientos para construir la trama de Rebeca y Juan Vendrell?

En esa primera época de creación de la novela había decidido introducir el tema de los paraísos fiscales: todo, en esta historia, gravita alrededor de la identidad y de las máscaras que nos construimos. Con el tema de ese dinero que persigue Rebeca quería hacer lo mismo, que se escondiera detrás de sociedades o trusts, que estuviera detrás de diferentes pantallas. Las islas del Canal de la Mancha son un paraíso fiscal y tenían, además, algo que me atraía: geográficamente no están lejos, pero, al mismo tiempo, es como si estuvieran en una época diferente, tienen algo anacrónico, por su configuración política, por que en algunas de estas islas parece que se ha detenido el tiempo, algo que encajaba muy bien con la parte final de la novela que buscaba, que tiene cierto aroma de historia de fantasmas del siglo XIX, con esas fortalezas y esos paisajes ventosos. 

Entonces, hubo uno de esos “hallazgos felices” que a veces suceden en el proceso de documentación. Mientras recababa información sobre el funcionamiento de los paraísos fiscales, me encontré con la historia de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Era algo de lo que yo no tenía ni idea y, la verdad, me apasionó el tema: tanto por el infierno que fue la isla de Alderney como por la historia de esos españoles que acabaron en sus campos de concentración. Además, en un momento dado, hice un viaje a la isla para conocerla mejor y allí, en una tienda de antigüedades, me encontré con un librito escrito por un español, Juan Dalmau, en el que contaba su experiencia como preso en Alderney. Sentí que era la pieza que terminaba de formar el puzle. 

Ese pasado, que se ha intentado ocultar, formaba parte de la identidad de la isla y es imborrable, por mucho que resulte incómodo hablar de él. De nuevo, el tema es el mismo: las máscaras que nos construimos y con las que intentamos esconder quiénes somos. Como dices, al final de la novela hay una nota aclarando que todo lo que se cuenta sobre esos años de ocupación es real: dado que es una realidad sobre la que se ha escrito muy poco, me sentí en la obligación de no fantasear mucho alrededor de ella. En contarla tal y como fue.

Agustín Martínez. Foto © Nines Mínguez

 La estructura en tres partes, César, Rebeca y la isla, es muy marcada. ¿Cómo la concebiste? ¿Tenías claro desde el principio ese esquema narrativo?

Es una idea que surge muy al principio. El Esplendor cuenta cómo una pareja, Rebeca y César, descubre que no se conoce mutuamente. Para transmitir esa sensación al lector, me parecía importante colocarlo en el punto de vista de cada uno de ellos. Vivir la historia desde César para contar su miedo cuando descubre que hay cosas de Rebeca que no sabe y, luego, contar esa misma historia desde los ojos de Rebeca para explicar sus actos y, al mismo tiempo, contar cómo ella entra en crisis al darse cuenta de que tampoco conoce del todo a César. La tercera parte, cuando ya están en la isla y prácticamente todas las cartas están sobre la mesa, alterna sus puntos de vista. La novela se encamina hacia su resolución y me parecía que, a partir de ese momento, era necesario manejar ambas perspectivas para que el lector entendiera bien las decisiones de los personajes.


El título, El Esplendor, tiene algo de ironía amarga. ¿Qué significa para ti dentro del contexto de la historia?

El Esplendor, como dices, es un título contradictorio. Para mí, además de lo que significa en la trama, tiene el sentido de ese cénit al que aspiran algunos personajes de la novela. Alcanzar el Esplendor es una aspiración: cuando ya han conseguido todo lo que se puede lograr con dinero, cuando ya han vivido todas las experiencias posibles, ciertos personajes de la novela desean algo más. Una experiencia que, de alguna manera, los vuelva a hacer sentirse vivos. Esta experiencia, lograr ese Esplendor, es algo que se sitúa más allá de los límites morales. Esas fronteras que la mayoría no se atreve a cruzar. Como dices, la palabra, dentro de la novela, tiene algo de luminoso, pero también de perverso.

 Intento construir hombres o mujeres reales, con partes de luz y partes de oscuridad

 La isla del Canal de la Mancha funciona como escenario simbólico y real al mismo tiempo. ¿Cómo surgió esa localización tan inquietante?

Como te contaba antes, yo quería llevar la historia hacia el tono del romanticismo de finales del XIX, que tiene siempre algo de fábula y de cuento fantasmagórico. Pensaba, en especial, en Drácula, en la costa a la que llega el Deméter, el barco en el que viaja el vampiro. Esa costa inglesa que también me llevaba a la poesía de Tennyson o de Swinborne, que también están presentes en la novela. A día de hoy, ese lugar me parecía Alderney: una pequeña isla, llena de fortalezas en ruinas, rodeada por las corrientes del Canal de la Mancha. A nivel de pasado y geográfico me parecía que era el espejo perfecto para lo que están viviendo los personajes.


 ¿Cómo se documenta uno para escribir sobre trauma, ocupación nazi o estructuras de poder ocultas sin caer en la exageración o el morbo?

Creo que, efectivamente, hay que tener cuidado con ese límite. En cuanto a los personajes, intento construir hombres o mujeres reales, con partes de luz y partes de oscuridad. A veces los enfoco como si fueran una historia de misterio en sí mismos. La novela te va adentrando en sus identidades y, determinados descubrimientos son como giros de trama, pero, efectivamente, hay que tener cuidado: conseguir que esos secretos sean verosímiles, no caer en la exageración para conseguir una gran sorpresa. En cuanto a la documentación, en este caso, como te contaba antes, he sido muy cuidadoso a la hora de contar el pasado: a veces, quizá, puede parecer exagerado, pero todo lo que aparece sobre la ocupación está sacado de las voces de los supervivientes. Hay muchas cosas que no he metido: uno debe tener cuidado con no incluir en la novela todo lo que ha aprendido, esto es una ficción, no un trabajo histórico. Aparece todo aquello que me parece pertinente, que siento que hay que contar para entender bien los actos de los personajes. El morbo surge cuando se narran cosas que podrían omitirse porque no aportan nada a la trama o a la psicología de los personajes.


  César y Rebeca son complejos, contradictorios, casi nunca ejemplares. ¿Cómo fue convivir con ellos durante la escritura?

Desde luego, no son los héroes tradicionales, pero al mismo tiempo, al menos eso espero, son muy reales. Personas que aman y que tienen ambiciones, que se equivocan y que tienen grietas en su identidad que los hacen cometer esos errores. Personajes que son capaces de lo mejor y de lo peor. A mí me resulta interesante esa ambigüedad, porque al alejarlos de los estereotipos creo que también los hace más de verdad. Disfruté mucho construyéndolos, escribiéndolos y, al mismo tiempo, porque en cierto momento viajas pegado a ellos, también sufrí al pasar por todo lo que pasan.


 ¿Qué te interesaba más: la relación entre ambos o la transformación individual que atraviesa cada uno?

Ambas cosas son importantes. Por un lado, el viaje individual que los lleva a asumir quiénes son y de dónde vienen. A poner sobre la mesa todos los secretos que han escondido. Me parece que ese proceso de maduración de los personajes es interesante, pero, al mismo tiempo, me interesaba mucho su relación de pareja. Es un poco una historia de amor a la inversa. En El Esplendor, al principio, la pareja se quiere y ese amor es sincero. Sin embargo, todo se va resquebrajando por culpa de las ambiciones de ambos, por las dudas, y emprenden un camino en el que, al final, llegan a darse cuenta de que tenían todo y que lo han perdido.


¿Hay algo de ti en alguno de ellos? ¿Te resultó más difícil meterte en la piel de César o de Rebeca?

Supongo que habrá algo de mí en todos los personajes de El Esplendor. Eso es algo que se acaba filtrando aunque el autor no lo pretenda, como era el caso. Sí que los dos se enfrentan a tema que me interesan, como la identidad o los límites de la moral, pero no hay nada directamente sacado de mi vida. Son diferentes y me sentí bien en la piel de los dos. Esa es la labor del escritor, entender a sus personajes, incluso a aquellos que cometen los peores actos.


¿Cómo trabajaste la parte del “informe” de Rebeca? Tiene un tono íntimo, casi de confesión, pero también profesional.

Fue algo que fui puliendo en las diferentes versiones de la novela. Al principio, tenía muchas más páginas. Quería conseguir eso que comentas, un relato casi notarial de una investigación con destellos del estado emocional de Rebeca, como si fueran pensamientos intrusivos. Encontrar la medida justa no fue fácil, la verdad, pero estoy contento con el resultado. Añade a la novela esa variedad de puntos de vista de la que hablábamos antes. La realidad depende de la óptica con la que se observe, la combinación del informe de Rebeca, de la grabación de Juan Vendrell, los relatos de César y de Rebeca, todas esas voces son las que el lector usa para sacar sus propias conclusiones.

Necesito tener muy claro adónde se dirige la historia y, también, cómo la voy a contar

 Tu estilo en esta novela es sobrio, contenido, pero con mucha tensión subterránea. ¿Qué buscas transmitir a través de la forma?

Emociones y atmósferas. Esas son las dos claves más importantes para mí. Conseguir que el lector sienta lo que sienten los personajes, ya sea pena o miedo, ansiedad, y, al mismo tiempo, tenga la impresión de “estar” donde ellos están. Ya sea una discoteca o una fortaleza de Alderney. Conseguir esa atmósfera para mí es muy importante porque, además de sumergir al lector en el relato, crea un tono en el que lo que cuentas es verosímil. He repasado mucho la novela en busca de estos dos efectos, midiendo las palabras o controlando el uso de las metáforas y las imágenes para construir ese ambiente que envuelve todo.


 ¿Eres de planificar toda la historia antes de escribir o prefieres descubrir cosas durante el proceso?

Sin duda, soy de planificar toda la historia. Necesito tener muy claro adónde se dirige la historia y, también, cómo la voy a contar. Me parece inevitable en un thriller donde, además, manejas pistas, elementos a los que se vuelve para desentrañar una trama. Puedo pasarme mucho tiempo planificando hasta que me lanzo a escribir la novela propiamente dicha. Luego, sin duda, en ese proceso de escritura aparecen nuevas ideas, se cambian cosas, pero, en general, el esqueleto narrativo se sostiene.


 ¿Corriges mucho? ¿Cambias estructuras o finales sobre la marcha?

Corrijo mucho el estilo, la prosa. Uno nunca termina de escribir una novela, más bien te la quita de las manos la editorial un día, porque seguirías revisándola eternamente. Al preparar con detalle la estructura, suelo hacer pocos cambios en eso y, menos aún, en el final. Cuando me lanzo a escribir una historia tengo claro qué quiero contar a nivel conceptual y, para armar ese argumento a lo largo de la novela, necesito tener muy definido el final, así que casi nunca suele haber cambios en esa parte.


 La voz narrativa cambia mucho entre las tres partes. ¿Cómo manejaste esos cambios de ritmo y tono sin perder coherencia?

Supongo que eso es algo intuitivo. Uno, cuando se pone a escribir, siente que una manera de contar la historia, un determinado ritmo o estilo, encajan con el conjunto, que no son elementos discordantes, aunque sean muy diferentes entre sí. No hay – o al menos yo no tengo – otro método más que fiarme de mi intuición.

El ser humano ha demostrado que es capaz de cometer las mayores atrocidades y, lo más aterrador, es que esos actos no siempre han sido cometidos por eso que llamamos “monstruos”

Uno de los hilos centrales del libro es la idea de impunidad: qué hacemos cuando nadie nos vigila. ¿Qué te atrajo de ese tema?

Es un tema que afecta a lo más íntimo del ser humano: ¿hasta dónde somos capaces de llegar? ¿La moral es algo inmanente al ser humano o es una construcción social? Es decir, ¿nos mantenemos dentro de ciertos límites porque si los sobrepasamos recibiremos un castigo o porque algo en nuestro interior nos impide rebasarlos? A lo largo de la historia, el ser humano ha demostrado que es capaz de cometer las mayores atrocidades y, lo más aterrador, es que esos actos no siempre han sido cometidos por eso que llamamos “monstruos”. Han podido cometerlos personas normales a las que las circunstancias se lo han permitido. Incluso se les ha animado a hacerlo: pienso en cualquier persona en una guerra, en todos los que participaron en el régimen nazi o en los que, a día de hoy, participan en evidentes matanzas. ¿Son todos tan diferentes a nosotros? ¿Son unos monstruos? ¿Haríamos lo mismo nosotros si estuviéramos en su situación? Esa es la pregunta que me lanza a escribir sobre este tema.


 ¿Qué papel tiene el silencio en la novela? Hay personajes que callan por trauma, otros por estrategia… ¿Es el silencio una forma de poder o de defensa?

El silencio es sinónimo de olvido. No contar algo es un intento de borrarlo de la memoria. Por un lado, es humano ese deseo: si has vivido un trauma, si arrastras un pasado doloroso, el intento de eliminarlo de tu memoria es legítimo, pero, al mismo tiempo, es inútil. Creo que, en El Esplendor, los silencios que hay son más una autodefensa, un intento de eliminar el pasado, para poder sobrevivir. Para construir una identidad libre de trauma. Sin embargo, todos esos intentos resultan infructuosos, porque el pasado termina reapareciendo, llega a tu encuentro. Como herramienta de poder, el silencio, sirve para lo mismo, aunque con diferentes fines: olvidar el pasado nos lleva a repetir errores y hay quien está interesado en esa repetición.


 ¿Te pusiste algún límite ético al narrar ciertas escenas? Hay momentos duros, pero contados con contención.

No me pongo ningún tipo de límite más allá de que lo que cuento sea necesario para la historia. Rebasar esa condición creo que me haría caer en el efectismo, el gore o el morbo. No es lo que busco. Pero, al hablar de determinadas violencias, me parece que hace falta contarlas, describirlas, sin exagerar, pero mostrándoselas al lector que, por otra parte, creo que es lo suficientemente maduro como para encajarlas.


 ¿Qué lugar ocupa el trauma —físico, emocional, social— en la historia? ¿Querías ponerlo en primer plano o surgió de forma inevitable?

Más que en el trauma en sí mismo, me interesaba contar cómo enfrentamos ese trauma desde todos los ángulos que citas. A veces uno tiene la sensación de que el trauma debe ser superado, enterrado y olvidado en un determinado punto. Hablo tanto desde el nivel individual, un trauma que alguien pudiera sufrir en la niñez o en la adolescencia, como desde el nivel colectivo: un país que ha vivido una guerra civil, como el nuestro, por ejemplo. Ese camino, el del olvido, me parece muy peligroso. Creo que no pasa nada por convivir con nuestros traumas, con llevarlos visibles de alguna forma, como si fueran cicatrices que no nos da vergüenza enseñar. Porque ese trauma también somos nosotros. Porque nuestra identidad no es comprensible si eliminamos el trauma.


El esplendor


La novela está generando opiniones muy diversas. Hay lectores que la consideran incómoda y poderosa; otros hablan de ritmo irregular o tramas confusas. ¿Te esperabas esa división?

Como creador, uno es dueño de lo que escribe, no de las reacciones que pueda generar. Me parece normal que haya opiniones diferentes, que esta historia conecte más con unos que con otros, es lo que sucede con cualquier obra artística. Supongo que también se puede haber producido un efecto de expectativas equivocadas: muchos lectores me conocen por Carmen Mola y El Esplendor es una novela diferente a las que escribo con Jorge y Antonio. Puede haber lectores que entren en ella esperando un tipo de historia y se encuentren con otra diferente. Y eso les gustará a uno y a otros, no.


 ¿Buscabas conscientemente incomodar al lector, moverle el suelo bajo los pies?

Sí hay un objetivo de llevar al lector a un lugar incómodo, por un lado, en el que se descubra al lado de unos personajes que quizá no se están comportando de la mejor manera. La búsqueda de esa incomodidad es consciente; quería que el lector se preguntara ¿qué haría yo en esta situación? ¿Reaccionaría igual? Además de entretener, esta novela busca algo más: remover por dentro al lector, que no se olvide fácilmente lo que se cuenta.


 Algunos lectores (incluido yo) consideran que el final resulta ambiguo o más bien previsible, mientras otros lo ven necesario. ¿Cómo valoras tú esa parte final? ¿Fue un cierre que llevabas pensado desde el inicio?

Tenía el final claro desde el principio: la ambigüedad que tiene es buscada y, también, que quede ligeramente abierto. Era un lugar, como dices, inevitable en el desarrollo de la historia. A veces, a cambio de un giro sorprendente, uno termina traicionando el tema que está tratando y yo he intentado evitar eso. Me parecía más importante ser consecuente con el relato que buscar fuegos artificiales para sorprender al final.


Después del fenómeno Carmen Mola, ¿cómo ha sido volver a publicar solo con tu nombre? ¿Más libertad o más vértigo?

Ni una cosa ni la otra, la verdad. Tenía ganas de retomar la escritura en solitario y creo que eso fue lo que me empujó a escribir esta novela. No lo hice antes por una cuestión de tiempo, Carmen Mola y las series que he hecho apenas me habían dejado ocasión para centrarme en una novela nueva. Como cualquier proyecto nuevo, sientes cierto vértigo, pero creo que eso es bueno y es algo que espero no perder nunca. En cuanto a la libertad, he tenido la suerte de escribir siempre lo que me apetecía, desde mi primera novela, Monteperdido. No sabría trabajar de otra forma.


 ¿En qué punto está el proyecto Carmen Mola? ¿Sigue activo como trío o está en pausa?

Carmen Mola no ha parado nunca. En realidad, no sé cómo hemos conseguido sacar tiempo los tres para retomar nuestras carreras en solitario. Entre escritura y promoción es complicado encontrar el hueco para otros proyectos, pero lo hemos conseguido. Ahora mismo, estamos trabajando en la que será la próxima novela de Carmen Mola, una historia de la que estamos enamorados y que verá la luz a lo largo de 2026.


 ¿Qué te ha dado y qué te ha exigido la experiencia de escribir en colectivo?

Llevo casi toda la vida escribiendo en colectivo. Con Carmen Mola y, antes, en equipos de guion en series. Sin duda, me dado muchísimo: he tenido la suerte de aprender y de aprovecharme del talento de otros escritores y escritoras. En este país hay gente muy brillante tanto en guión como en novela y estar a su lado construyendo historias es un lujo, la mejor escuela posible. Sin duda, soy mejor escritor gracias a todos ellos. ¿Qué te exige este tipo de trabajo? Lo primero, humildad. Ser capaz de ver que no siempre tu idea es la mejor, que hay que ser capaz de renunciar a cosas que tú creías buenas porque otros traen ideas que funcionan mejor. Es algo así como eliminar el ego del escritor, ser capaz de borrarte, y trabajar para encontrar lo mejor para la novela. Venga o no de ti.


 ¿Crees que tu escritura individual ha cambiado tras ese proceso a seis manos?

Creo que escribo mejor por todo el trabajo que he hecho al lado de Jorge y Antonio, que son dos tipos brillantes. He aprendido muchísimo. En cuanto al proceso, no tanto: en Carmen Mola manejamos un sistema parecido al de las series de televisión. Llevo desde los 23 años escribiendo series y cuando me lancé a escribir literatura ya lo hacía de una manera muy parecida a como lo hago ahora.


  ¿Estás trabajando ya en una nueva novela o te has dado un respiro después de El Esplendor?

Siempre estoy trabajando en nuevos proyectos: la próxima novela de Carmen Mola, un par de proyectos de series de televisión y, sí, empezando a darle vueltas a lo que podría ser mi próxima novela individual. Sin embargo, esto último está muy en pañales. No tengo prisa, pero tampoco quiero que pasen tantos años como entre La mala hierba y El Esplendor.


¿Te gustaría explorar otros géneros más allá del thriller o la novela negra?

Ahora mismo creo que seguiré en el thriller, aunque es un género muy maleable. Me siento cómodo en la estructura que me da, pero uno puede llevárselo a lugares muy diferentes. Eso es lo que más me gusta del thriller: es un sostén desde el que abordar prácticamente cualquier tema. Me apetece seguir explorándolo de momento, buscando una manera de contarlo diferente, algo nada fácil porque la verdad es que hay muchísimos thrillers publicándose.


 La novela tiene un fuerte potencial audiovisual. ¿Hay algún proyecto de adaptación en marcha o interés por llevarla al cine/televisión?

De momento, no. Tampoco la he movido mucho en ese sentido. Ya hago series, este verano se estrena Dos Tumbas en Netflix y, en septiembre, aparecerá la cuarta temporada de La Caza en Movistar. ¿Tendrá una vida El Esplendor en televisión? No lo sé. Por ahora, este año me centraré en el lanzamiento de la novela en Italia y Francia.


 ¿Qué estás leyendo ahora? ¿Hay algún autor o autora que te haya influido especialmente en los últimos tiempos?

“Imposible decir adiós”, de Hang Kang, una novela que me ha fascinado, me encanta cómo escribe. No sabría decir un autor que haya ejercido una influencia directa sobre lo que hago, quizá te diría una generación de escritoras latinoamericanas: Mariana Enríquez, Fernanda Melchor, Dolores Reyes… y el libro de Carcoma, de Layla Martínez.


 ¿Qué tipo de historias crees que necesitamos contar hoy más que nunca?

Más que como autor, te respondo como lector: me apetece leer historias de personas muy diferentes a mí. Hoy en día, vivimos retroalimentados por opiniones y noticias que, por culpa de los algoritmos de las redes sociales, no hacen más que repetirnos lo que ya sabemos y lo que ya pensamos. Nos estamos metiendo en una burbuja. Como lector, quiero que los libros rompan esa burbuja. Que me lleven a personas, a historias, a temas diferentes. Que me saquen de mi zona de confort.

 

CUESTIONARIO EXPRESS

Un libro que siempre relees:

El guardián entre el centeno, de Salinger.

Una película que te ha marcado más que muchas novelas:

Mulholland Drive, de David Lynch.

¿Tienes rutina de escritura o escribes cuando puedes?

No solo rutina, sino horario. Es mi trabajo.

¿Música para escribir o silencio absoluto?

Siempre música.

Tu personaje literario favorito (ajeno):

Holden Caulfield.

¿El monstruo más real?

Donald Trump, Netanyahu… hay donde elegir.

Un crimen literario que te hubiera gustado firmar:

El de El talento de Mr Ripley.

¿Carmen Mola en tres palabras?

Humildad, entretenimiento, sorpresa.

¿Y Agustín Martínez, en otras tres?

Tres me parecen muchas; me defino como artesano de la ficción.

¿Te daría miedo visitar la isla de El Esplendor?

Ya he estado. Y da un poquito de miedo, pero no tanto.

Hablar con Agustín Martínez es recorrer los pasillos ocultos de su ficción, pero también de una mirada lúcida sobre el oficio narrativo. En cada respuesta se percibe la honestidad de quien no busca agradar, sino escribir con verdad, aun cuando duela, remueva o divida.

Le agradecemos no solo su tiempo y generosidad, sino también su compromiso con una literatura que no teme ensuciarse, que pisa territorios incómodos y que no busca dar respuestas fáciles, sino abrir preguntas necesarias.

Gracias, Agustín, por esta conversación y por El Esplendor, un libro que no se lee: se enfrenta.



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