Hay libros que siembran certezas y otros que las desmantelan. El Esplendor, la última novela de Agustín Martínez, pertenece con orgullo a los segundos. A medio camino entre el thriller psicológico, la novela moral y la fábula oscura, esta obra incomoda, tensiona y, sobre todo, obliga al lector a mirar donde normalmente apartaría la vista.
Conocido por su labor
como guionista, por su papel en el colectivo Carmen Mola y por su capacidad para
construir historias densas y con relieve, Agustín Martínez firma aquí una
novela de ritmo cambiante, personajes rotos y una atmósfera que se instala como
una sombra sobre los hombros del lector.
En El texto sentido
conversamos con él sobre la construcción de esta historia compleja, sobre la
intención de incomodar, sobre cómo narrar el silencio y también sobre lo que
implica escribir a tres voces… o enfrentarse solo a sus propias palabras.
La idea era contar cómo una persona normal puede convertirse en un monstruo
¿Qué fue lo primero que surgió en El Esplendor: la imagen de
Rebeca catatónica, el misterio de la isla o la figura del anciano sin
herederos?
El punto de partida de El Esplendor fue la muerte de un
anciano sin herederos y la aparición de Rebeca, una cazaherencias, que tiene
que reconstruir la vida y la identidad de Juan Vendrell para quedarse con parte
de su dinero. Era una idea a la que llevaba bastante tiempo dándole vueltas, había
leído un reportaje sobre estos despachos de abogados que se dedican a perseguir
herencias y me parecía que el trabajo tenía un punto detectivesco interesante y
que lo alejaba de lo que solemos encontrar en los thrillers.
Me planteé la novela como un viaje, no tanto físico como
moral. Quería llevar al lector desde un territorio reconocible, como es ese
Madrid donde se mueve al principio la pareja protagonista, hasta otro lugar,
que simboliza la isla de Alderney, en el que los personajes se encuentran un
pasó más allá de cualquier límite moral. La idea era contar cómo una persona normal
puede convertirse (o estar a punto de convertirse) en un monstruo. La intención,
además, era que esa evolución dentro de la novela que, como dices, hace
transitar la historia por diferentes tonos, fuera sutil, ir introduciéndola
poco a poco a través de los sucesos que viven los personajes, para que el
lector viviera como algo verosímil las decisiones que toman y que, poco a poco,
los van alejando más y más del punto de partida. De esta forma, creo que al
leer la novela uno no se da cuenta de cuándo ha pasado del realismo al thriller
psicológico o la fábula moral.
En esa primera época de creación de la novela había decidido introducir el tema de los paraísos fiscales: todo, en esta historia, gravita alrededor de la identidad y de las máscaras que nos construimos. Con el tema de ese dinero que persigue Rebeca quería hacer lo mismo, que se escondiera detrás de sociedades o trusts, que estuviera detrás de diferentes pantallas. Las islas del Canal de la Mancha son un paraíso fiscal y tenían, además, algo que me atraía: geográficamente no están lejos, pero, al mismo tiempo, es como si estuvieran en una época diferente, tienen algo anacrónico, por su configuración política, por que en algunas de estas islas parece que se ha detenido el tiempo, algo que encajaba muy bien con la parte final de la novela que buscaba, que tiene cierto aroma de historia de fantasmas del siglo XIX, con esas fortalezas y esos paisajes ventosos.
Entonces, hubo uno de esos “hallazgos felices” que a veces suceden en el proceso de documentación. Mientras recababa información sobre el funcionamiento de los paraísos fiscales, me encontré con la historia de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Era algo de lo que yo no tenía ni idea y, la verdad, me apasionó el tema: tanto por el infierno que fue la isla de Alderney como por la historia de esos españoles que acabaron en sus campos de concentración. Además, en un momento dado, hice un viaje a la isla para conocerla mejor y allí, en una tienda de antigüedades, me encontré con un librito escrito por un español, Juan Dalmau, en el que contaba su experiencia como preso en Alderney. Sentí que era la pieza que terminaba de formar el puzle.
Ese pasado, que se ha intentado ocultar, formaba parte de la
identidad de la isla y es imborrable, por mucho que resulte incómodo hablar de
él. De nuevo, el tema es el mismo: las máscaras que nos construimos y con las
que intentamos esconder quiénes somos. Como dices, al final de la novela hay
una nota aclarando que todo lo que se cuenta sobre esos años de ocupación es
real: dado que es una realidad sobre la que se ha escrito muy poco, me sentí en
la obligación de no fantasear mucho alrededor de ella. En contarla tal y como
fue.
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Agustín Martínez. Foto © Nines Mínguez |
Es una idea que surge muy al principio. El Esplendor cuenta
cómo una pareja, Rebeca y César, descubre que no se conoce mutuamente. Para
transmitir esa sensación al lector, me parecía importante colocarlo en el punto
de vista de cada uno de ellos. Vivir la historia desde César para contar su
miedo cuando descubre que hay cosas de Rebeca que no sabe y, luego, contar esa
misma historia desde los ojos de Rebeca para explicar sus actos y, al mismo
tiempo, contar cómo ella entra en crisis al darse cuenta de que tampoco conoce
del todo a César. La tercera parte, cuando ya están en la isla y prácticamente
todas las cartas están sobre la mesa, alterna sus puntos de vista. La novela se
encamina hacia su resolución y me parecía que, a partir de ese momento, era necesario
manejar ambas perspectivas para que el lector entendiera bien las decisiones de
los personajes.
El título, El Esplendor, tiene algo de ironía amarga. ¿Qué
significa para ti dentro del contexto de la historia?
El Esplendor, como dices, es un título contradictorio. Para
mí, además de lo que significa en la trama, tiene el sentido de ese cénit al
que aspiran algunos personajes de la novela. Alcanzar el Esplendor es una
aspiración: cuando ya han conseguido todo lo que se puede lograr con dinero,
cuando ya han vivido todas las experiencias posibles, ciertos personajes de la
novela desean algo más. Una experiencia que, de alguna manera, los vuelva a
hacer sentirse vivos. Esta experiencia, lograr ese Esplendor, es algo que se
sitúa más allá de los límites morales. Esas fronteras que la mayoría no se
atreve a cruzar. Como dices, la palabra, dentro de la novela, tiene algo de
luminoso, pero también de perverso.
Intento construir hombres o mujeres reales, con partes de luz y partes de oscuridad
Como te contaba antes, yo quería llevar la historia hacia el
tono del romanticismo de finales del XIX, que tiene siempre algo de fábula y de
cuento fantasmagórico. Pensaba, en especial, en Drácula, en la costa a la que
llega el Deméter, el barco en el que viaja el vampiro. Esa costa inglesa que
también me llevaba a la poesía de Tennyson o de Swinborne, que también están
presentes en la novela. A día de hoy, ese lugar me parecía Alderney: una
pequeña isla, llena de fortalezas en ruinas, rodeada por las corrientes del
Canal de la Mancha. A nivel de pasado y geográfico me parecía que era el espejo
perfecto para lo que están viviendo los personajes.
Creo que, efectivamente, hay que tener cuidado con ese
límite. En cuanto a los personajes, intento construir hombres o mujeres reales,
con partes de luz y partes de oscuridad. A veces los enfoco como si fueran una
historia de misterio en sí mismos. La novela te va adentrando en sus
identidades y, determinados descubrimientos son como giros de trama, pero,
efectivamente, hay que tener cuidado: conseguir que esos secretos sean
verosímiles, no caer en la exageración para conseguir una gran sorpresa. En
cuanto a la documentación, en este caso, como te contaba antes, he sido muy
cuidadoso a la hora de contar el pasado: a veces, quizá, puede parecer
exagerado, pero todo lo que aparece sobre la ocupación está sacado de las voces
de los supervivientes. Hay muchas cosas que no he metido: uno debe tener cuidado
con no incluir en la novela todo lo que ha aprendido, esto es una ficción, no
un trabajo histórico. Aparece todo aquello que me parece pertinente, que siento
que hay que contar para entender bien los actos de los personajes. El morbo
surge cuando se narran cosas que podrían omitirse porque no aportan nada a la
trama o a la psicología de los personajes.
Desde luego, no son los héroes tradicionales, pero al mismo
tiempo, al menos eso espero, son muy reales. Personas que aman y que tienen
ambiciones, que se equivocan y que tienen grietas en su identidad que los hacen
cometer esos errores. Personajes que son capaces de lo mejor y de lo peor. A mí
me resulta interesante esa ambigüedad, porque al alejarlos de los estereotipos
creo que también los hace más de verdad. Disfruté mucho construyéndolos,
escribiéndolos y, al mismo tiempo, porque en cierto momento viajas pegado a
ellos, también sufrí al pasar por todo lo que pasan.
Ambas cosas son importantes. Por un lado, el viaje
individual que los lleva a asumir quiénes son y de dónde vienen. A poner sobre
la mesa todos los secretos que han escondido. Me parece que ese proceso de
maduración de los personajes es interesante, pero, al mismo tiempo, me
interesaba mucho su relación de pareja. Es un poco una historia de amor a la
inversa. En El Esplendor, al principio, la pareja se quiere y ese amor es
sincero. Sin embargo, todo se va resquebrajando por culpa de las ambiciones de
ambos, por las dudas, y emprenden un camino en el que, al final, llegan a darse
cuenta de que tenían todo y que lo han perdido.
¿Hay algo de ti en alguno de ellos? ¿Te resultó más difícil
meterte en la piel de César o de Rebeca?
Supongo que habrá algo de mí en todos los personajes de El
Esplendor. Eso es algo que se acaba filtrando aunque el autor no lo pretenda,
como era el caso. Sí que los dos se enfrentan a tema que me interesan, como la
identidad o los límites de la moral, pero no hay nada directamente sacado de mi
vida. Son diferentes y me sentí bien en la piel de los dos. Esa es la labor del
escritor, entender a sus personajes, incluso a aquellos que cometen los peores
actos.
¿Cómo trabajaste la parte del “informe” de Rebeca? Tiene un
tono íntimo, casi de confesión, pero también profesional.
Fue algo que fui puliendo en las diferentes versiones de la
novela. Al principio, tenía muchas más páginas. Quería conseguir eso que
comentas, un relato casi notarial de una investigación con destellos del estado
emocional de Rebeca, como si fueran pensamientos intrusivos. Encontrar la
medida justa no fue fácil, la verdad, pero estoy contento con el resultado.
Añade a la novela esa variedad de puntos de vista de la que hablábamos antes. La
realidad depende de la óptica con la que se observe, la combinación del informe
de Rebeca, de la grabación de Juan Vendrell, los relatos de César y de Rebeca,
todas esas voces son las que el lector usa para sacar sus propias conclusiones.
Necesito tener muy claro adónde se dirige la historia y, también, cómo la voy a contar
Emociones y atmósferas. Esas son las dos claves más
importantes para mí. Conseguir que el lector sienta lo que sienten los
personajes, ya sea pena o miedo, ansiedad, y, al mismo tiempo, tenga la impresión
de “estar” donde ellos están. Ya sea una discoteca o una fortaleza de Alderney.
Conseguir esa atmósfera para mí es muy importante porque, además de sumergir al
lector en el relato, crea un tono en el que lo que cuentas es verosímil. He
repasado mucho la novela en busca de estos dos efectos, midiendo las palabras o
controlando el uso de las metáforas y las imágenes para construir ese ambiente
que envuelve todo.
Sin duda, soy de planificar toda la historia. Necesito tener
muy claro adónde se dirige la historia y, también, cómo la voy a contar. Me
parece inevitable en un thriller donde, además, manejas pistas, elementos a los
que se vuelve para desentrañar una trama. Puedo pasarme mucho tiempo
planificando hasta que me lanzo a escribir la novela propiamente dicha. Luego,
sin duda, en ese proceso de escritura aparecen nuevas ideas, se cambian cosas,
pero, en general, el esqueleto narrativo se sostiene.
Corrijo mucho el estilo, la prosa. Uno nunca termina de
escribir una novela, más bien te la quita de las manos la editorial un día,
porque seguirías revisándola eternamente. Al preparar con detalle la
estructura, suelo hacer pocos cambios en eso y, menos aún, en el final. Cuando
me lanzo a escribir una historia tengo claro qué quiero contar a nivel
conceptual y, para armar ese argumento a lo largo de la novela, necesito tener
muy definido el final, así que casi nunca suele haber cambios en esa parte.
Supongo que eso es algo intuitivo. Uno, cuando se pone a
escribir, siente que una manera de contar la historia, un determinado ritmo o estilo,
encajan con el conjunto, que no son elementos discordantes, aunque sean muy
diferentes entre sí. No hay – o al menos yo no tengo – otro método más que
fiarme de mi intuición.
El ser humano ha demostrado que es capaz de cometer las mayores atrocidades y, lo más aterrador, es que esos actos no siempre han sido cometidos por eso que llamamos “monstruos”
Uno de los hilos centrales del libro es la idea de impunidad: qué hacemos cuando nadie nos vigila. ¿Qué te atrajo de ese tema?
Es un tema que afecta a lo más íntimo del ser humano: ¿hasta
dónde somos capaces de llegar? ¿La moral es algo inmanente al ser humano o es
una construcción social? Es decir, ¿nos mantenemos dentro de ciertos límites porque
si los sobrepasamos recibiremos un castigo o porque algo en nuestro interior
nos impide rebasarlos? A lo largo de la historia, el ser humano ha demostrado
que es capaz de cometer las mayores atrocidades y, lo más aterrador, es que esos
actos no siempre han sido cometidos por eso que llamamos “monstruos”. Han
podido cometerlos personas normales a las que las circunstancias se lo han
permitido. Incluso se les ha animado a hacerlo: pienso en cualquier persona en
una guerra, en todos los que participaron en el régimen nazi o en los que, a
día de hoy, participan en evidentes matanzas. ¿Son todos tan diferentes a
nosotros? ¿Son unos monstruos? ¿Haríamos lo mismo nosotros si estuviéramos en
su situación? Esa es la pregunta que me lanza a escribir sobre este tema.
El silencio es sinónimo de olvido. No contar algo es un
intento de borrarlo de la memoria. Por un lado, es humano ese deseo: si has
vivido un trauma, si arrastras un pasado doloroso, el intento de eliminarlo de
tu memoria es legítimo, pero, al mismo tiempo, es inútil. Creo que, en El
Esplendor, los silencios que hay son más una autodefensa, un intento de
eliminar el pasado, para poder sobrevivir. Para construir una identidad libre
de trauma. Sin embargo, todos esos intentos resultan infructuosos, porque el
pasado termina reapareciendo, llega a tu encuentro. Como herramienta de poder, el
silencio, sirve para lo mismo, aunque con diferentes fines: olvidar el pasado
nos lleva a repetir errores y hay quien está interesado en esa repetición.
No me pongo ningún tipo de límite más allá de que lo que
cuento sea necesario para la historia. Rebasar esa condición creo que me haría
caer en el efectismo, el gore o el morbo. No es lo que busco. Pero, al hablar
de determinadas violencias, me parece que hace falta contarlas, describirlas, sin
exagerar, pero mostrándoselas al lector que, por otra parte, creo que es lo
suficientemente maduro como para encajarlas.
Más que en el trauma en sí mismo, me interesaba contar cómo
enfrentamos ese trauma desde todos los ángulos que citas. A veces uno tiene la
sensación de que el trauma debe ser superado, enterrado y olvidado en un
determinado punto. Hablo tanto desde el nivel individual, un trauma que alguien
pudiera sufrir en la niñez o en la adolescencia, como desde el nivel colectivo:
un país que ha vivido una guerra civil, como el nuestro, por ejemplo. Ese
camino, el del olvido, me parece muy peligroso. Creo que no pasa nada por
convivir con nuestros traumas, con llevarlos visibles de alguna forma, como si
fueran cicatrices que no nos da vergüenza enseñar. Porque ese trauma también
somos nosotros. Porque nuestra identidad no es comprensible si eliminamos el
trauma.
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El esplendor |
La novela está generando opiniones muy diversas. Hay lectores que la consideran incómoda y poderosa; otros hablan de ritmo irregular o tramas confusas. ¿Te esperabas esa división?
Como creador, uno es dueño de lo que escribe, no de las reacciones
que pueda generar. Me parece normal que haya opiniones diferentes, que esta
historia conecte más con unos que con otros, es lo que sucede con cualquier obra
artística. Supongo que también se puede haber producido un efecto de
expectativas equivocadas: muchos lectores me conocen por Carmen Mola y El
Esplendor es una novela diferente a las que escribo con Jorge y Antonio. Puede
haber lectores que entren en ella esperando un tipo de historia y se encuentren
con otra diferente. Y eso les gustará a uno y a otros, no.
Sí hay un objetivo de llevar al lector a un lugar incómodo,
por un lado, en el que se descubra al lado de unos personajes que quizá no se
están comportando de la mejor manera. La búsqueda de esa incomodidad es
consciente; quería que el lector se preguntara ¿qué haría yo en esta situación?
¿Reaccionaría igual? Además de entretener, esta novela busca algo más: remover
por dentro al lector, que no se olvide fácilmente lo que se cuenta.
Tenía el final claro desde el principio: la ambigüedad que
tiene es buscada y, también, que quede ligeramente abierto. Era un lugar, como
dices, inevitable en el desarrollo de la historia. A veces, a cambio de un giro
sorprendente, uno termina traicionando el tema que está tratando y yo he
intentado evitar eso. Me parecía más importante ser consecuente con el relato
que buscar fuegos artificiales para sorprender al final.
Después del fenómeno Carmen Mola, ¿cómo ha sido volver a publicar solo con tu nombre? ¿Más libertad o más vértigo?
Ni una cosa ni la otra, la verdad. Tenía ganas de retomar la
escritura en solitario y creo que eso fue lo que me empujó a escribir esta
novela. No lo hice antes por una cuestión de tiempo, Carmen Mola y las series
que he hecho apenas me habían dejado ocasión para centrarme en una novela
nueva. Como cualquier proyecto nuevo, sientes cierto vértigo, pero creo que eso
es bueno y es algo que espero no perder nunca. En cuanto a la libertad, he
tenido la suerte de escribir siempre lo que me apetecía, desde mi primera
novela, Monteperdido. No sabría trabajar de otra forma.
Carmen Mola no ha parado nunca. En realidad, no sé cómo
hemos conseguido sacar tiempo los tres para retomar nuestras carreras en
solitario. Entre escritura y promoción es complicado encontrar el hueco para
otros proyectos, pero lo hemos conseguido. Ahora mismo, estamos trabajando en
la que será la próxima novela de Carmen Mola, una historia de la que estamos
enamorados y que verá la luz a lo largo de 2026.
Llevo casi toda la vida escribiendo en colectivo. Con Carmen
Mola y, antes, en equipos de guion en series. Sin duda, me dado muchísimo: he
tenido la suerte de aprender y de aprovecharme del talento de otros escritores
y escritoras. En este país hay gente muy brillante tanto en guión como en
novela y estar a su lado construyendo historias es un lujo, la mejor escuela
posible. Sin duda, soy mejor escritor gracias a todos ellos. ¿Qué te exige este
tipo de trabajo? Lo primero, humildad. Ser capaz de ver que no siempre tu idea
es la mejor, que hay que ser capaz de renunciar a cosas que tú creías buenas
porque otros traen ideas que funcionan mejor. Es algo así como eliminar el ego
del escritor, ser capaz de borrarte, y trabajar para encontrar lo mejor para la
novela. Venga o no de ti.
Creo que escribo mejor por todo el trabajo que he hecho al
lado de Jorge y Antonio, que son dos tipos brillantes. He aprendido muchísimo.
En cuanto al proceso, no tanto: en Carmen Mola manejamos un sistema parecido al
de las series de televisión. Llevo desde los 23 años escribiendo series y
cuando me lancé a escribir literatura ya lo hacía de una manera muy parecida a
como lo hago ahora.
Siempre estoy trabajando en nuevos proyectos: la próxima
novela de Carmen Mola, un par de proyectos de series de televisión y, sí,
empezando a darle vueltas a lo que podría ser mi próxima novela individual. Sin
embargo, esto último está muy en pañales. No tengo prisa, pero tampoco quiero
que pasen tantos años como entre La mala hierba y El Esplendor.
¿Te gustaría explorar otros géneros más allá del thriller o
la novela negra?
Ahora mismo creo que seguiré en el thriller, aunque es un
género muy maleable. Me siento cómodo en la estructura que me da, pero uno
puede llevárselo a lugares muy diferentes. Eso es lo que más me gusta del
thriller: es un sostén desde el que abordar prácticamente cualquier tema. Me
apetece seguir explorándolo de momento, buscando una manera de contarlo
diferente, algo nada fácil porque la verdad es que hay muchísimos thrillers
publicándose.
De momento, no. Tampoco la he movido mucho en ese sentido.
Ya hago series, este verano se estrena Dos Tumbas en Netflix y, en septiembre,
aparecerá la cuarta temporada de La Caza en Movistar. ¿Tendrá una vida El
Esplendor en televisión? No lo sé. Por ahora, este año me centraré en el
lanzamiento de la novela en Italia y Francia.
“Imposible decir adiós”, de Hang Kang, una novela que me ha
fascinado, me encanta cómo escribe. No sabría decir un autor que haya ejercido
una influencia directa sobre lo que hago, quizá te diría una generación de
escritoras latinoamericanas: Mariana Enríquez, Fernanda Melchor, Dolores Reyes…
y el libro de Carcoma, de Layla Martínez.
Más que como autor, te respondo como lector: me apetece leer
historias de personas muy diferentes a mí. Hoy en día, vivimos retroalimentados
por opiniones y noticias que, por culpa de los algoritmos de las redes
sociales, no hacen más que repetirnos lo que ya sabemos y lo que ya pensamos. Nos
estamos metiendo en una burbuja. Como lector, quiero que los libros rompan esa
burbuja. Que me lleven a personas, a historias, a temas diferentes. Que me
saquen de mi zona de confort.
CUESTIONARIO EXPRESS
Un libro que siempre relees:
El guardián entre el centeno, de Salinger.
Una película que te ha marcado más que muchas novelas:
Mulholland Drive, de David Lynch.
¿Tienes rutina de escritura o escribes cuando puedes?
No solo rutina, sino horario. Es mi trabajo.
¿Música para escribir o silencio absoluto?
Siempre música.
Tu personaje literario favorito (ajeno):
Holden Caulfield.
¿El monstruo más real?
Donald Trump, Netanyahu… hay donde elegir.
Un crimen literario que te hubiera gustado firmar:
El de El talento de Mr Ripley.
¿Carmen Mola en tres palabras?
Humildad, entretenimiento, sorpresa.
¿Y Agustín Martínez, en otras tres?
Tres me parecen muchas; me defino como artesano de la
ficción.
¿Te daría miedo visitar la isla de El Esplendor?
Ya he estado. Y da un poquito de miedo, pero no tanto.
Hablar con Agustín
Martínez es recorrer los pasillos ocultos de su ficción, pero también de una
mirada lúcida sobre el oficio narrativo. En cada respuesta se percibe la
honestidad de quien no busca agradar, sino escribir con verdad, aun cuando
duela, remueva o divida.
Le agradecemos no
solo su tiempo y generosidad, sino también su compromiso con una literatura que
no teme ensuciarse, que pisa territorios incómodos y que no busca dar
respuestas fáciles, sino abrir preguntas necesarias.
Gracias, Agustín, por
esta conversación y por El Esplendor, un libro que no se lee: se enfrenta.
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