Pedro Feijoo regresa con Donde nacen las bestias, una novela que huele
a humo, retumba con los ecos del pasado y corta con precisión quirúrgica los
miedos colectivos de una Galicia marcada por el fuego, el silencio y las viejas
historias que aún nos habitan. En esta nueva entrega, el autor mezcla con
maestría el thriller contemporáneo con el folclore negro, la crítica social y
una profunda conexión con el territorio. El inspector Mateo Romano, que ya
había aparecido en novelas anteriores, se enfrenta a un crimen brutal que es
solo la puerta de entrada a algo más profundo: una red de intereses ocultos,
memoria rural y violencia heredada.
Hemos quedado con Pedro (virtualmente) en el bar de Fina, aunque ella
ya no está, para hablar sobre esta novela y sobre los muchos temas que arden,
en todos los sentidos, en sus páginas.
En Donde nacen las bestias, la atmósfera es tan protagonista como los propios personajes
“Donde nacen las bestias”
comienza con una escena muy potente y va construyendo una tensión que nunca
decae. ¿Tenías claro desde el principio que esta historia iba a ir más allá del
crimen, hacia algo más atmosférico, simbólico y oscuro?
Sí. Honestamente, creo que hay ciertas historias que son en buena
medida su propia atmósfera. Y esta desde luego es una de ellas. Esta en
particular, de hecho, no se podría contar ni comprender en toda su extensión si
no es sumergiéndonos al mismo tiempo en esa atmósfera densa, asfixiante, a
veces gris y lluviosa, otras calurosa y aplastante, pero siempre de un modo u
otro tormentosa. En Donde nacen las bestias, la atmósfera es tan protagonista
como los propios personajes.
La figura del Sacamantecas sobrevuela toda la novela como una presencia
ambigua: ¿mito, criminal, símbolo del miedo? ¿Qué te atrajo de este personaje
para integrarlo como núcleo narrativo?
Pues justamente esto mismo. El de Manel Blanco Romasanta es uno de esos
personajes sobre los que damos por sentado que ya nada que tenga que ver con él
nos va a sorprender porque creemos que ya lo sabemos todo de antemano.
“¿Romasanta? Ah, sí, claro”, respondemos rápido, “el Sacamantecas, el Hombre
Lobo de Allariz. Ya sé de qué me hablas…”, cuando en realidad no es así. Todo
eso que creemos saber no es más que el mito, la excusa que él mismo fabricó
para protegerse de una condena que para cualquier otro habría sido insalvable.
Para cualquier otro que no tuviera el talento y la inteligencia de Romasanta,
claro. Ya entonces, en 1852, Manuel supo fabricar su propio mito, y eso es lo
que nos ha llegado a nosotros. Pero una vez que te sumerges en su
documentación, enseguida ves que hay en toda esa historia detalles que no
cuadran. Piezas que faltan, silencios, ausencias… Es al apartar el mito y
asomarte a ese vacío cuando descubres la verdadera magnitud de la historia. Y,
si el personaje os parece fascinante, la persona lo es muchísimo más.
El paisaje en la novela no es un simple decorado: tiene un peso físico,
narrativo y emocional. Respira, amenaza, protege y a veces también castiga. La
historia transcurre en lugares como A Ermida o Rebordechao que parecen
extraídos directamente de la realidad, pero también poseen un aire simbólico,
casi fronterizo. ¿Cómo trabajas esa relación entre entorno y personajes? ¿Son
localizaciones reales? ¿Qué te llevó a elegir esos escenarios y qué buscabas
transmitir a través de ellos?
En realidad no hubo elección posible, porque la historia real sucedió
en esos mismo paisajes, que sí, son todos reales, exactamente tal como los
describo en cada página, en cada capítulo. De modo que si quería contar todo lo
que sucedió desde la verdad y con respeto a la historia real (que, insisto, es
absolutamente fascinante), no había otra opción posible que ubicar el relato en
esos parajes.
Pero, por supuesto, no valía hacerlo de cualquier manera. Para entender
la historia hay que entender antes el paisaje que la envuelve. La inmensidad de
la montaña, la profundidad del valle. La dureza de la sierra. Y la soledad del
pueblo. Solo cuando percibes todo eso como propio sientes que empiezas a hablar
el mismo idioma en el que se desenvolvió la historia real. Que ya puedes
contarla… Y para eso no vi más opción que dejarlo todo atrás e irme a vivir al
pueblo.
Instalarme en Rebordechao, ser un vecino más durante casi un año y
medio, y escribir la novela allí. Tal como entiendo el compromiso que un autor
debe adquirir con su trabajo, no comprendería otra manera de hacerlo.
En la novela hay una crítica clara a los intereses económicos que
rodean los incendios forestales y la industria de la madera. ¿Querías que esa
vertiente social estuviera tan presente como la trama criminal?
Sí, claro. De hecho, esta decisión viene justamente dada por lo que
acabo de comentar: cuando tu manera de entender el oficio es desde la
honestidad, desde el compromiso por contarle la verdad al lector, no cabe
aceptar otra opción que no sea hablar del fuego.
Cuando tomas la decisión de instalarte durante más de un año en una
aldea enclavada en lo más profundo de la montaña gallega, sabes que tarde o
temprano te acabarás dando de bruces con los incendios. Y que no será
casualidad, porque todos, absolutamente todos esos incendios, son provocados.
De modo que sí, claro: si mi intención es contar la verdad, ¿qué hacer cuando
el fuego llegue? ¿Apartar la mirada en otra dirección, fingir que no lo he
visto, y hablarte de unicornios de colores? Sinceramente, yo no sé trabajar
así…
El verdadero monstruo que da miedo en nuestros montes es el fuego
El fuego no solo aparece como elemento destructivo, sino como metáfora:
lo que quema, lo que purifica, lo que oculta. ¿Lo planteaste así desde el
principio o fue surgiendo durante la escritura?
Lo vi clarísimo desde el principio. Del mismo modo que el del lobo era
el nombre de todos los miedos en la tradición popular gallega hasta bien
entrado el siglo XX, hoy, el verdadero monstruo que da miedo en nuestros montes
es el fuego.
El mar, el fuego, la lluvia, el lobo… Son todos conceptos que cualquier
gallego siente y comprende de manera instintiva.
Mateo Romano y su equipo ya aparecieron en otras novelas. ¿Qué te
atrajo de repetir con ellos? ¿Qué posibilidades te ofrecen estos personajes
frente a la tentación de crear nuevos?
La ventaja que me ofrecen el inspector Mateo Romano y su equipo es la
misma que la comodidad que te da el llegar a un país del que conoces su idioma.
Vista la experiencia de Un fuego azul, cuando estaba componiendo lo que luego
se convertiría en Donde nacen las bestias enseguida comprendí que esta también
iba a ser una novela dura. Brutal y descarnada, a veces incluso literalmente.
De modo que al momento vi que no solo la voz de Mateo sería un buen contenedor
para comunicar esa ferocidad, esa desolación, sino que, por ejemplo, la de Ana
Santos me daría el contrapunto perfecto para, en los momentos en que la
narración lo necesitase, aliviar la dureza del relato apoyándonos en la mirada
siempre mordaz y afilada de la subinspectora. De ahí que me sienta tan cómodo
contando con ellos.
Además, la decisión también tiene que ver con el hecho de que, por mi
manera de ser, me parece mucho más creíble el avance en el relato a través del
trabajo en equipo que mediante esos golpes de clarividencia o inteligencia
sobrehumana de una sola persona. Sinceramente, cuando me encuentro con algún
personaje de ese tipo, de los que siempre tienen el toque divino, la pose
perfecta y la frase acertada para cada momento, la lectura siempre se me cae un
poco de las manos.
De un tiempo a esta parte parece que nos hayamos metido en una especie de carrera por ver quién compone el o la investigadora más peculiar
A diferencia de otras novelas negras, aquí los policías no son el
centro emocional ni arrastran traumas personales. ¿Fue deliberado apartarte del
modelo clásico del detective atormentado?
Bueno, supongo que, más que deliberado, fue natural en tanto que
humano. Por una parte, creo que el personaje del detective hard-boiled ya está
más que abordado, revisado y manoseado hasta tal punto que el pobre bien podría
hasta poner una denuncia por abusos. Por el otro, y entiendo que pretendiendo
buscar el punto diferencial de cada uno, de un tiempo a esta parte parece que
nos hayamos metido en una especie de carrera por ver quién compone el o la
investigadora más peculiar.
Pero es que, entre tanto, de todos los muy diferentes y variados
miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad con los que he ido
entrevistándome a lo largo del tiempo, no he conocido nunca a nadie que me
mostrase ni tan siquiera el más mínimo acercamiento a alguna de esas
peculiaridades. De hecho, si tuviera que quedarme con algún rasgo más o menos
común a todos ellos es que se trataba de personas mayormente “normales”. Ni
tics, ni tocs, ni autismos, ni iluminaciones divinas… Ni tan siquiera la más
breve curiosidad por el karaoke. De ahí que Mateo fuese así, sencillamente
normal. Tan común y tan raro como cualquiera de nosotros.
En un momento de la novela aparece una referencia directa a Leo Caldas,
el inspector creado por Domingo Villar. ¿Fue un guiño premeditado? ¿Qué lugar
ocupa para ti la obra de Villar?
Domingo nació en 1971, y empezó a publicar en 2005. Yo nací en 1975, de
manera que como lector, su influjo y cercanía (los dos compartíamos el mismo
origen, la ciudad de Vigo) resultó afortunadísimamente ineludible. Como autor,
también es mucho, muchísimo, lo que le debo a Domingo. Pero es que por el
camino también nos hicimos muy amigos… Te juro que no exagero cuando digo que
no hay un solo día que no me acuerde de él, y aún son muchas las ocasiones en
las que echo mano del teléfono con la intención de llamarlo y comentarle algo,
preguntarle alguna duda o simplemente charlar un rato con mi amigo. Fue así
como surgió el guiño que aparece en la novela. No, no estaba premeditado.
Lo que sucedió fue que, en determinado momento de la escritura tuve que
ir a la localización en la que transcurre el capítulo en cuestión. Y no fue un
viaje fácil, la verdad. Una carretera de montaña con un millón de curvas… En
determinado momento, ante el enésimo giro, me acordé de ellos dos: Leo Caldas
se marea en las novelas porque en realidad Domingo se mareaba muchísimo. Y me
hizo gracia. Recuerdo que pensé “Madre de Dios, si Domingo llega a estar aquí,
¡el pobre echa hasta los higadillos!” En ese momento me hizo gracia, y volví a
pensar en llamarlo para decírselo. Hasta que, una vez más, recordé que ya no
puedo hacerlo… Y me volvió a doler, claro. Esa noche, ya de vuelta en la casa
en el pueblo, decidí que no, que esa vez sí que se lo diría. De un modo u otro.
Y así fue como esa nostalgia se convirtió en un guiño sobre el papel. Y en un
alivio. Sinceramente, creo que a día de hoy todavía no somos conscientes de
hasta dónde llega el inmenso vacío que la muerte de Domingo nos ha dejado…
“Donde nacen las bestias” está publicada en gallego y en castellano.
¿En qué lengua la escribiste originalmente? ¿Cómo es para ti ese tránsito
lingüístico? ¿Reescribes, traduces, reformulas?
Esta novela nació de una conversación con Ana María Caballero, que es
mi editora en Penguin Random House. De hecho, fue ella quien me animó a
escribirlo, de manera que toda la comunicación y el diálogo alrededor de la
novela se produjo entre ella y yo. Esa es la razón de que esta novela en
particular esté escrita principalmente castellano.
Y digo “principalmente” porque en realidad yo siempre escribo a mano.
Siempre con pluma y siempre sobre los mismos cuadernos de cuartilla. Es verdad
que siempre trabajo con un guion previo muy elaborado y detallado. Pero es
precisamente gracias a eso que, cuando por fin comienzo a escribir la historia,
a redactarla, la tengo ya tan clara en mi cabeza que puedo escribir sin mirar, sin
red. Escribo muy rápido, a toda velocidad y en cualquier lugar. En el pueblo,
en la montaña, en una de esas localizaciones en el momento, al salir de una
entrevista… De modo que, si la entrevista se ha producido en el idioma que sea,
lo más habitual es que ese capítulo vaya en ese mismo idioma en el cuaderno. Ya
será luego, al pasarlo al ordenador, cuando lo pase al idioma del primer
borrador. Y no es hasta llegar al final de ese primer o segundo borrador cuando
vuelvo atrás y empiezo la otra versión. Y sí, soy yo el que escribe ambas
versiones. Pero no, no se trata de una traducción literal (como tampoco lo es
ninguna traducción, claro, excepto las malas). Lo que me preocupa no es que la
traducción sea de las palabras exactas, sino de las sensaciones. De la emoción,
de la situación, de la intensidad… Eso es lo que me preocupa y con lo que me
comprometo. A estas alturas, y muy especialmente tanto después de todo lo que
he hecho por poner en valor el idioma de mi país como de las cosas que me han
respondido al respecto, el resto me da igual. No creo que yo tenga ya que
demostrarle nada a absolutamente nadie en ese sentido.
La primera obligación de un autor que quiera hacer bien su trabajo es documentarse a fondo.
Para construir una historia como esta es necesario un trabajo de
documentación muy sólido. ¿Investigaste sobre crímenes reales, leyendas locales,
estructuras policiales o incendios provocados?
Sí, claro. Al hilo de aquello que comentábamos al principio, no
entiendo otra manera de escribir una novela si no es haciéndolo desde el
compromiso con la verdad de las historias. Al fin y al cabo, cualquiera puede
escribir, pero publicar ya es otra cosa. Publicar “hacer público”. Es pedirle a
ese mismo público que te lea. O, lo que es lo mismo, pedirle al lector que te
dé lo más valioso que tiene, que es su tiempo. Así pues, si finalmente se
decide a hacerlo más vale que tú hayas hecho bien tu trabajo, porque ese tiempo
no vuelve. Por eso, publicar es una responsabilidad. Y tal como yo lo entiendo,
la primera obligación de un autor que quiera hacer bien su trabajo es
documentándose a fondo.
En esta novela, por ejemplo, si puedo describir estas escenas que tú me
comentas con tanto detalle es porque he contado con la ayuda de personal muy
cualificado, como el responsable de la policía judicial de la Guardia Civil
Carlos Sueiro o el médico forense Fernando Serrulla. Pero en todo lo demás
también, claro. Si puedo hablar con propiedad de todo lo que tenga que tenga
que ver con Romasanta es porque he podido contar con la colaboración absoluta
de Félix y Cástor Castro, que son las verdaderas autoridades mundiales en lo
tocante a esta persona, del mismo modo que si también puedo hablar con
propiedad de todo lo que tenga que ver con la cuestión antropológica es porque
en todo momento he podido contar con el respaldo de Miguel Losada, que es el
nombre de la antropología en Galicia. Y sigue sin ser suficiente, porque, como
ya sabes, una parte de la novela tiene una vinculación especial con el mundo de
la costura, particularmente de su desarrollo en el valle de Monterrei, donde su
principal motor fue Roberto Verino. De modo que… ¿quién mejor que él para
ilustrarnos sobre la materia? Pues eso mismo.
La novela lleva ya un tiempo en circulación. ¿Qué te están diciendo los
lectores? ¿Cómo estás viviendo la recepción de la novela? ¿Te ha sorprendido
alguna reacción en particular?
Siempre me da un poco de pudor hablar de estas cosas, pero supongo que
sería hipócrita si no reconociese la enorme alegría que me produce la
fantástica acogida que está teniendo la novela. Hoy hace justamente dos meses
desde su salida a la calle, y desde entonces ya ha agotado sus primeras
ediciones y ha tenido que ser reimpresa tanto en castellano como en gallego. Es
cierto que en Galicia cuento con una privilegiadísima posición de
reconocimiento muy consolidado, pero esta vez es evidente que también está
sucediendo algo en España. Se ha producido una especie de salto, y con estas
Bestias estamos llegando a muchas más personas, lo cual es algo que me alegra y
me hace mucha ilusión. Sinceramente, empiezo a no saber cómo mostrar más
agradecimiento y alegría.
El primer mandato del escritor es el entretenimiento, entendido esto en mayúsculas, en el sentido más profundo y absoluto de la novela
En tu obra hay una constante: la herencia cultural, la tradición oral,
la memoria de la tierra. ¿Sientes una responsabilidad como autor a la hora de
conservar o reinterpretar ese legado?
No. No pretendo ser el salvador de la memoria, ni el albacea de nuestra
tradición ni nada por el estilo. Sí es verdad que personalmente siento una
especial inquietud por compartir y transmitir aquello que nos hace singulares
en el mundo, es verdad. Creo que vengo de un país que tiene mucho que contar, y
que sus historias son tan dignas y merecedoras de ser narradas a todo el mundo,
y eso es lo que intento hacer. Pero por encima de eso tengo aún más claro que
el primer mandato del escritor es el entretenimiento, entendido esto en
mayúsculas, en el sentido más profundo y absoluto de la novela. Yo no he venido
aquí a pontificar sobre nada. A duras penas soy capaz de atarme los cordones de
los zapatos, como para ponerme a sentar cátedra ni mucho menos a dar lecciones
de nada que nadie ha pedido. Yo lo que quiero es entreteneros, engancharos, a
poder ser agarrándoos por el pescuezo ya desde la primera línea y no soltaros
hasta la última página. Y que, de hecho, vosotros tampoco queráis que os
suelte. Yo lo único que quiero es entreteneros. Pero, eso sí, haciendo en la medida
de lo posible que, al terminar esa última página, os llevéis algo con vosotros.
Algo que no se olvide tan pronto como acabéis el libro. Algo que, de hecho,
haya logrado que, en la medida de lo posible, mi trabajo haya contribuido a
hacer de la vuestra una experiencia satisfactoria…
Como lector, cada escritor también construye su biblioteca íntima. ¿Qué
tipo de novela negra te interesa? ¿Prefieres las que se centran en la trama o
las que profundizan en lo social o psicológico?
Sinceramente, a estas alturas del partido me quedo ya con aquella que
me sorprenda. ¿Recuerdas cómo fue la experiencia de leer a Pierre Lemaitre por
primera vez? Aquella sensación que te dejaba la lectura de títulos como Irene o
Álex, la de que estabas ante alguien que estaba haciendo algo nuevo con las
viejas reglas de siempre… Podía gustarte más o menos, pero original lo era,
desde luego. Eso es lo que sigo buscando en cada novela. Tanto como lector
como, sobre todo, como autor.
El género negro en España está en un momento de gran producción, pero
también de cierta saturación editorial. ¿Crees que hay espacio para propuestas
con identidad propia frente a la avalancha de thrillers más convencionales?
A ver cómo te respondo a esta pregunta sin que me despidan… Por una
parte, creo que sí hay propuestas buenas en tanto que originales. Ahora, en
cuanto a lo de hacerse un hueco… Es que tengo la sensación de que estamos
asistiendo a un momento en el que las editoriales, sobre todo las grandes,
viven tan centradas en lo que se cree que es “lo correcto”, esta especie de
“normativa del thriller”, que apenas dejan margen para todo lo que ellas no
consideren el camino a seguir, lo cual no hace sino perpetuar un camino de
prueba y error que concatena la quema de un autor tras otro hasta que, de
pronto y por algún motivo que nadie conoce en realidad (pero que, por supuesto,
no tiene más razón de ser que la voluntad del público lector, que es el único y
verdadero soberano) la flauta vuelve a sonar. Y entonces todo vuelve a empezar…
Y por último, la pregunta obligada. ¿Estás trabajando en algo nuevo?
¿Volveremos a ver pronto a Mateo Romano o tienes otros planes en marcha?
Bueno, supongo ese mono con dos platillos que siempre está de guardia
en nuestras cabecitas nunca deja de mirar el mundo a nuestro alrededor y, por
fortuna, siempre se sorprende y maravilla con algo nuevo. De modo que sí, ya
hay una nueva idea en el horno. Y, mira, ahora que lo comentas… Déjame que le dé
una llamada a Mateo, a ver si está libre para la próxima.
Donde nacen las bestias es una novela que se adentra en el crimen con
mirada literaria, pero también con un pie firme en la tierra: esa Galicia a
medio camino entre la belleza salvaje y la amenaza latente. Pedro Feijoo sigue
explorando, con estilo propio, voz firme y pulso narrativo, los rincones más
oscuros de nuestra historia común. Y lo hace con una honestidad que arde, como
la leña seca en un monte que ya nadie vigila.
Muchas gracias Pedro por atendernos tan amablemente.
Puedes leer mi reseña de Donde nacen las bestias aquí
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