En Bilbao, el fútbol no se discute, se vive. Pero ¿qué ocurre cuando uno de sus ídolos amenaza con marcharse? José Francisco Alonso, profesor de Filosofía y autor del “universo Loizaga”, vuelve a dar en la diana con Bacalao de Bilbao, una novela hilarante, entrañable y demoledora sobre los amores (y traiciones) futbolísticas. El ya mítico profesor Loizaga y su inseparable amigo Román, ertzaina y aficionado acérrimo, se sumergen en una investigación que mezcla bufandas rojiblancas, amenazas de muerte y cazuelas de bacalao. Todo ello con el característico humor y lucidez crítica de Alonso, que aquí firma quizá su entrega más bilbaína y más humana.
Nos sentamos con el autor para hablar de traiciones, pasiones
irracionales, la línea difusa entre hinchismo y locura... y por supuesto, del
bacalao, que en esta historia también tiene su protagonismo.
Loizaga tiene mucho de mí, pero de quien creo ser, o mejor, quien me gustaría ser
La figura de Loizaga se ha consolidado como uno de esos personajes
que el lector espera reencontrar, como quien vuelve al bar de siempre. En este
libro lo encontramos con la bufanda al cuello, preocupado por su hija, su
equipo y su plato de bacalao. ¿Qué te empuja a seguir escribiéndolo? ¿Qué tiene
Loizaga de ti, y en qué se aleja por completo?
Yo también quiero reencontrarme con Loizaga. Ver cómo será su próxima
aventura, pues aunque soy el autor no controlo del todo sus andanzas, al menos
a priori. Cada novela de Loizaga es reflejo de los días en que fue escrita. Y
como lector, siempre que empiezo un proyecto me intriga cómo quedará la
siguiente de Loizaga. Las novelas no están fijas en la cabeza del autor, sino
que se van haciendo en cada momento. Loizaga tiene mucho de mí, pero de quien
creo ser, o mejor, quien me gustaría ser. Yo soy bastante menos interesante que
el profesor Loizaga. Además, él vive en Bilbao. Quizá la gran diferencia es que
el profesor Loizaga no cree en el amor de pareja y yo sí.
El detonante de esta novela es aparentemente simple: un jugador duda
si renovar contrato. Pero lo que desencadena es una ola emocional colectiva que
arrasa bares, tertulias y redes sociales. ¿Cómo llegaste a la idea de tratar el
fútbol no solo como telón de fondo, sino como epicentro de una crisis de
identidad?
Quería escribir una novela sobre la traición, un tema de largo recorrido
en la literatura. Y llegué a la conclusión de que en Bilbao la mayor traición
era querer abandonar el Athletic. El fútbol tiene muchas lecturas. Una de ellas
es entender el fútbol como un vínculo colectivo, casi una religión. Quería
contar como sentimos mucha gente la relación con nuestro equipo de fútbol. Pero
también es dinero, negocio, conspiraciones. El fútbol es uno de los mayores
espejos de la sociedad actual.
Este personaje no sería igual en otro espacio, pues Loizaga es muy bilbaíno
Bilbao no aparece solo como escenario físico, sino como una
comunidad emocional. La ciudad vive, respira y se indigna a lo largo de la
novela, como si fuera un personaje más. ¿Qué papel juega Bilbao en tu literatura?
¿Podrías contar esta historia en otro lugar, o todo nace de ahí?
Me encanta lo de comunidad emocional. Las historias pueden ser contadas
en muchos lugares, pero yo quería contarlas en Bilbao. Es una opción personal
y, por supuesto, emocional. Este personaje no sería igual en otro espacio, pues
Loizaga es muy bilbaíno. Irónico, comilón, amigo de sus amigos, muy cortado en
lo sentimental, curioso, preocupado por lo social.
A Loizaga lo acompañan voces que construyen un mosaico muy humano:
Román, la hija, el grupo del txoko, ama Loizaga, los alumnos del instituto... ¿Cómo
trabajas ese reparto coral? ¿Hay modelos reales detrás de estos personajes que
parecen tan vivos y cercanos?
No son personas concretas, son más bien retazos de muchas gentes. Los
personajes reflejan estereotipos propios de la sociedad bilbaína. La madre que
no quiere ser una jubilada, la hija independiente, el amigo Ertzaina que admira
al profesor, los alumnos que dicen lo primero que piensan. Yo juego con todos
estos tics sociales y les intento dar mucha verdad, que cualquier lector se
sienta identificado con personas normales a las que les suceden cosas en la
vida.
Intento alejarme de la novela negra pesimista. Apuesto por una narrativa más afable, con una sonrisa, y la cocina me ayuda mucho.
La comida, como siempre en tus novelas, tiene un peso fundamental.
No es solo ambientación: es memoria, identidad y casi una forma de argumentar. ¿Qué
te interesa de esa conexión entre gastronomía y narrativa? ¿Por qué el bacalao
es mucho más que un plato aquí?
Dime que comes y te diré quién eres. La comida, en el más amplio sentido
de la palabra es reflejo de la realidad. Yo intento construir un detective que
utiliza la comida como método de investigación. Se podría decir que es una
herramienta narrativa. Además, la gastronomía produce un efecto placentero en
el lector. Intento alejarme de la novela negra pesimista. Apuesto por una
narrativa más afable, con una sonrisa, y la cocina me ayuda mucho.
El tono de la novela oscila entre lo cómico y lo melancólico, entre
la sonrisa y la decepción colectiva. ¿Cómo encuentras ese equilibrio? ¿Hay una
intención deliberada de tocar la fibra sin perder ligereza?
No busco hacer reír, aunque me sale la ironía, que considero es la mejor
forma de enfrentarse a la vida. Pero no huyo de los temas importantes, en «Bacalao de Bilbao», por ejemplo, los tejemanejes del mundo del fútbol, o
a nivel personal, hasta dónde serías capaz de llegar por cumplir tus sueños. Me
interesa mucho trabajar los sentimientos. Creo que la novela negra ha apostado
demasiado por emociones negativas, el desarraigo, el dolor, la maldad, la
tristeza. No tengo nada en contra, pero también hay espacio para emociones más
positivas. Somos las dos cosas.
Bacalao de Bilbao también reflexiona sobre la masa, el juicio
social, la necesidad de héroes y el linchamiento público cuando decepcionan. ¿Es
esta novela también una forma de hablar de cómo nos relacionamos con nuestros
ídolos?
Sí. La necesidad de los héroes, que pueblan la literatura desde el
principio de los tiempos. Una reflexión sobre las identidades colectivas, sobre
su manipulación, qué somos, qué queremos ser como sociedad. Pero todo desde una
perspectiva cotidiana, sin personajes con superpoderes, muy pegados a la vida
normal.
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Universo Loizaga |
La vida cotidiana es más negra de lo que la gente piensa
Aunque parte de una amenaza, incluso hay una investigación informal,
no es una novela negra al uso. La tensión no viene tanto del crimen como del
clima colectivo. ¿Te sientes cómodo dentro del género negro o prefieres moverte
en sus márgenes?
Si te soy sincero, no me siento ni cómodo ni incómodo. Mi militancia
dentro de la novela negra se debe más a la estructura narrativa —descubrir un
misterio, la intriga de lo que va sucediendo, los giros narrativos—, que a la
atmósfera. Pero creo que algunos ambientes negros son propiciados por las
modas. Asesinos en serie, crímenes truculentos, geografías frías, personajes
traumatizados, psicopatologías. Como bien dices, me encuentro más a gusto en
los márgenes. Yo quiero, con el profesor Loizaga, contar un tipo de historias.
No me importa tanto que coincidan con las esencias puras de la narrativa negra.
Quizá cuando me plantee otro personaje haga otra cosa, pero el profesor Loizaga
es un tipo normal al que le suceden cosas. La vida cotidiana es más negra de lo
que la gente piensa. Como suelo decir, una oda es más negra que un entierro.
Tus novelas están publicadas en un sello de narrativa criminal, pero
tú mismo te defines más cerca del costumbrismo y la sátira. ¿Cómo lidias con
esa etiqueta de "novela negra"? ¿Condiciona tus historias o te da
libertad?
En la Editorial Alrevés publican algunos de los autores más prestigiosos
de la novela negra. En ocasiones me siento algo abrumado. No diré que soy un
impostor, pero es cierto que no quedo bajo ese manto. La verdad, no me
corresponde a mí poner etiquetas a lo que hago. Yo intento ser honesto. Si
tengo un personaje cotidiano que juega con la ironía lo construyo lo mejor que
puedo. No me importa estar lejos del canon, no busco esencias. Te diré que no
creo en las esencias, menos aun en las literarias. Me siento muy libre. Cuando
quiera escribir otro tipo de historias me plantearé otro tipo de personajes.
Creo que haría mal si hiciese novelas al gusto de no se sabe quién. Hay muchos
tipos de lectores. Estoy convencido que el profesor Loizaga tiene sus lectores.
Estamos buscándolos, la editorial y yo. En este sentido, me siento muy
agradecido con la apuesta de mi editor.
Uno de tus mayores aciertos está en los diálogos. Naturales,
coloquiales, creíbles. Leemos a tus personajes y oímos a vecinos, amigos,
camareros... ¿Eres de los que escucha conversaciones en los bares? ¿Tomas notas
mentales de cómo habla la gente?
Dicen mis amigos que tiendo a recordar expresiones y frases dichas. Tengo
una especial querencia por cómo habla la gente y cómo se cuentan las cosas.
Supongo que esa es la mejor escuela para escribir diálogos naturales. En los
bares, en las tiendas, en una conversación de autobús. La riqueza del lenguaje
está en la calle, solo hay que tener oídos para escucharla. Para mí es muy
importante el habla que transmite el texto, no solo la trama. Hay que escribir
buenas tramas, pero cuidando las palabras. Quizá sea por eso por lo que hablas
de costumbrismo.
Animo a los padres, sean de donde sean, a dejar a sus hijos una herencia cultural
En este libro hay también una mirada generacional: la hija de
Loizaga representa una distancia creciente con ciertas tradiciones (como el
fútbol o el fervor local). ¿Querías introducir ese conflicto entre el amor
heredado y la conciencia crítica del presente?
El profesor Loizaga no es un tipo traumatizado que bebe alcohol para
olvidar. Es una persona normal que se va haciendo mayor y tiene una hija
adolescente (en «Bacalao de Bilbao» tiene 18 años y acaba de empezar la
universidad). Los conflictos generacionales entre un padre y una hija son
constantes. En esta ocasión la transmisión de los valores, el fútbol como
legado cultural colectivo. Toda generación tiene sus nuevas formas de expresión
cultural. Loizaga no quiere que su hija se olvide de comer bien y de amar al
Athletic. Es su herencia intangible. Yo también tengo tres hijos e intento
hacer lo mismo. Y animo a los padres, sean de donde sean, a dejar a sus hijos
una herencia cultural. Que sus hijos luego la reinterpreten, pero antes tienen
que conocerla. Esto ha pasado desde el principio de los tiempos y creo que todo
el mundo entiende a lo que me refiero.
A lo largo de las distintas novelas del “Universo Loizaga” has ido
refinando un estilo muy tuyo. Irónico, narrativo, con alma de cronista. ¿Cómo
ha cambiado tu escritura desde aquella primera entrega? ¿Qué sientes que has
aprendido en este viaje?
Espero que a mejor. Me siento con más confianza en mi escritura. El
escritor también tiene que hacerse, sobre todo en el apartado emocional.
Sentirse capaz de lanzarse a nuevos retos literarios. Cuatro novelas y el
respaldo del público ayudan a sentirme un tipo que cuenta historias escribiendo
novelas. En estos años he aprendido que la escritura tiene mucho de oficio, que
no se nace escritor, sino que se trabaja mucho para serlo. Que escribir es
también una forma que estar en el mundo, de mirarlo.
Hay autores que sueñan con escribir a su personaje durante décadas
y otros que prefieren cerrarlo en el momento justo. ¿Te imaginas a Loizaga en
un futuro próximo? ¿Tendrá más casos, más cenas, más reflexiones… o ves cerca
su despedida?
Me imagino un Loizaga mayor, agotado, enfermo, tomándose un vino para
despedirse de la vida (y un poco de queso), después de muchos años disfrutados,
reídos y llorados. Yo quiero escribir todas esas historias. Por mí, habría
Loizagas durante años. Pero esto depende también de los lectores. Todo
personaje de ficción necesita lectores para seguir vivo.
Todos los escritores tienen sus manías. Algunos rituales son casi
supersticiones, otros simples hábitos de concentración. ¿Cómo es tu proceso de
escritura? ¿Tienes alguna rutina, manía o costumbre que repitas libro tras
libro?
Me levanto muy pronto para encontrar la casa en silencio y dedicar las
primeras horas del día a Loizaga. Uso cuadernos de hoja en blanco para tomar
notas de las historias. Y cocino mucho. La cocina, que es una actividad
seminconsciente me ayuda a reflexionar sobre las tramas. Por lo demás, nada
especial, muchas horas sentado día tras días peleándome con el texto.
Y por supuesto, tenemos que preguntarlo: ¿Estás trabajando ya en
algo nuevo? ¿Seguirás con Loizaga o hay otros proyectos en el horizonte?
Estoy trabajando en la quinta novela del universo Loizaga. Tengo ciertas
dudas de qué aventura acometer. En unos días empezaré con las notas en el
cuaderno. Si todo va bien, el año que viene habrá otro Loizaga en las
librerías. Estoy pensado en escribir otro tipo de historias, por eso de no ser
un autor de un solo personaje, pero ahora estoy muy volcado con Loizaga. Quizá
un ensayo, narrativa sin la estructura policial, otro género. Ya veremos.
10 PREGUNTAS EXPRÉS
¿Pilpil o vizcaína?
Los dos.
Un libro que releerías sin cansarte.
Suena pedante, pero el Quijote.
¿Dónde escribes mejor: en silencio o con ruido de fondo?
El silencio es maravilloso.
¿Tu peor manía como escritor?
No sé, quizá obsesionarme
demasiado con la historia.
Una novela que te gustaría haber escrito tú.
Muchas. «Desgracia»
de Coetzee, por ejemplo.
¿Qué le dirías al José Francisco que publicaba su primera novela?
Que se atreva a lanzarse al mundo, que los
lectores necesitan conocer al autor
¿Loizaga es más corazón o más cabeza?
Piensa con la cabeza, pero vive con el corazón.
Una ciudad que te inspire (además de Bilbao).
Nueva York.
Con que personaje de ficción te gustaría compartir una comida.
Te diré dos. Pepe Carvalho (Manuel
Vázquez Montalbán) y Silvio Montalbano (Andrea Camilleri). Qué gran
conversación.
¿Con qué frase te gustaría que te recordaran como autor?
Buen provecho.
Con Bacalao de Bilbao, José Francisco Alonso no solo regresa al
universo Loizaga, sino que reafirma su estilo: una mezcla de inteligencia,
ironía, y amor por lo cotidiano elevado a épica. Su mirada —filosófica y
profundamente bilbaína— convierte una historia sobre fútbol en una divertida
reflexión sobre los afectos, los ritos y las lealtades que nos construyen. Y
nos destruyen.
Agradecemos al autor el tiempo, la cercanía y el buen humor. Y nos
quedamos con una certeza: si el bacalao divide, el Athletic une. Y si no, que
se lo pregunten a Loizaga. O mejor aún: lean el libro.
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